Anna Ajmátova es una de las musas de la vanguardia rusa, cuya obra poética se construye durante la primera mitad del siglo veinte. Ajmátova representa la expresión de una interioridad lastimada por el acoso permanente de la dictadura estalinista, que comprende en la poetisa, una figura contradictoria a los afanes totalitarios del tirano soviético, obsesionado con el canto de dolor de una intelectual que vivió los fusilamientos de los miembros de su familia por ser considerados contrarrevolucionarios, sufriendo las acusaciones del conjunto de radicales que buscaron congratularse con el tirano soviético.
Característica de las tiranías es el endiosamiento de sus líderes, idolatrados hasta la fetichización por sus leales -o hipócritas pepenando favores-, precisamente por el carácter desconfiado de sujetos cuyos crímenes se amontonan en conciencias que parece que continuamente exigen demostraciones de lealtad escandalosas, como para acallar los lamentos de sus atropellos y delitos. Stalin pertenece a esa zaga de advenedizos cuyos complejos originarios jamás sucumbieron en su persona, razón por la que sus permanentes inseguridades generaron sus famosas paranoias que le hacían temer traiciones. Los complejos de un personaje que, ante su muy evidente limitancia intelectual, teme observarse en los ojos de una inteligencia que le recuerde lo inferior de su educación, por lo que, con la persecución, la calumnia y la vigilancia, intenta evitar que, quedando al desnudo, se comprenda como carente de una legitimidad que le impida el poder absoluto en una lastimada sociedad sometida al espionaje de sus más prominentes miembros.
Anna Ajmátova describe en sus poesías el dolor del fusilamiento de su primer marido y de su hijo. Es el dolor que se expresa ante la infamia del tirano. La belleza ostenta el poder de penetrar lo más íntimo del alma, con una veracidad a la que ningún discurso demagógico podrá llegar, precisamente por su sinceridad. La poesía roe la médula de la infamia tiránica, por su reivindicación de la pureza del alma cuando la mentira y el abuso saturan el discurso público para derrumbar a críticos de un sistema dictatorial que persigue a la oposición, que en la Unión Soviética no solamente se cobraba con fusilamientos, sino también con hospitales psiquiátricos donde cualquier opositor al tirano era arrojado para ser torturado porque creen que la crítica, o es delito, o es enfermedad, y siempre hay fieles dispuestos a adoctrinar –o reeducar-, en nombre del asesino, a los que no ceden ante la falacia del discurso enajenante o la propaganda.
Ajmátova escribirá sobre cortezas de abedul sus poesías cuando se le prohibió el papel, y se le acosó para que no volviera a redactar nada. Ya Stalin se fue al infierno de la historia, y Ajmátova surge victoriosa, siendo el triunfo de la inteligencia sobre la infamia.