Los BRICS aceptaron seis nuevos miembros en su reciente cumbre con la supuesta intención de “reformar y reequilibrar la gobernanza global”, pero en realidad con su ampliación solo logran fortalecer la imagen de ser un club de dictadores. La mayoría de sus líderes carece de legitimidad democrática y no rinde cuentas a sus gobernados. Dicen querer trabajar para reelaborar el orden internacional, pero no sería en interés de los miles de millones de personas a quienes les niegan derechos fundamentales. Están tratando de crear un organismo alternativo sin acceso a la sociedad civil y sin transparencia, donde las violaciones de derechos humanos no sean denunciadas. El bloque ampliado representará alrededor del 46 por ciento de la población mundial, pero carece de objetivos y principios comunes. Tampoco son claros los criterios de la ampliación.
Los BRICS nacieron como una asociación de superpotencias económicas emergentes, sin embargo, esa característica no responde a la situación de casi todos los nuevos miembros: la deuda de Egipto alcanzó un máximo histórico este año, Argentina tiene una de las tasas de inflación más altas del mundo, Irán no puede superar una perenne crisis y de Etiopía, ni hablar. Por lo tanto, las razones parecen ser geopolíticas y aun esas son cuestionables. Salvo Argentina, los recién llegados son Estados profundamente represivos con atroces historiales de derechos humanos, como igualmente sucede con las potencias dominantes del grupo, China y Rusia. La situación también se ha deteriorado en India y Sudáfrica. Entre los cinco miembros fundadores solo en Brasil ha habido una mejora. De los nuevos miembros, Egipto tiene decenas de miles de presos políticos, el gobierno teocrático de Irán reprime brutalmente a su población, Arabia Saudí ejecutó a 196 personas el año pasado (muchas de ellas por defender los derechos de las minorías), en los Emiratos Árabes Unidos más de cincuenta presos políticos languidecen en la cárcel a pesar de haber cumplido sus condenas y Etiopía vive una cruenta guerra civil.
Pero nada de esto preocupa ni a China ni a Rusia. Xi Jinping solo busca expandir su influencia por los cinco continentes y Rusia quiere romper su asilamiento. Por su parte, los nuevos miembros están interesados en tener un supuesto “acceso privilegiado” al apoyo financiero de China. Pero el problema de fondo es la ausencia de objetivos comunes genuinos y la ampliación lo ha hecho más obvio. Por lo pronto, esta semana surgió una dificultad: Xi no asistirá a la reunión del G-20 a celebrarse en Nueva Dehli, lo cual es una desconsideración al país anfitrión. Modi pretende encabezar al Sur global, China encabezar una coalición contra Estados Unidos, Rusia legitimar sus violaciones al derecho internacional, la reconciliación entre Irán y Arabía Saudita es muy frágil... y etcétera ¡Buena suerte, grupo!