Hace más de un año, por orden del gobernador de Texas, Greg Abbott, se colocaron boyas en el Río Bravo con el objetivo de frenar el flujo migratorio hacia Estados Unidos. Sin embargo, no se previeron las consecuencias ambientales que tendrían estas estructuras flotantes.
Según Adriana Martínez, profesora del departamento de ciencias ambientales y geografía en la Southern Illinois University, las boyas están ralentizando el flujo del agua, lo que genera acumulación de tierra en su entorno. En declaraciones para Milenio, Martínez explicó: “Las boyas en medio del río están ralentizando el agua y lo que está sucediendo es que se está depositando tierra donde están las boyas y eso significa que el río va a cambiar su trayectoria”.
La desviación del Río Bravo podría provocar la formación de islas y erosión en el lado mexicano, lo que contraviene los tratados internacionales entre México y Estados Unidos. Martínez aseguró: “Las boyas están haciendo que el río se desvíe y eso es una violación de dos tratados con México que establecen que Estados Unidos no puede poner nada en el río que haga que el flujo del agua cambie significativamente”.
A pesar de las intenciones del gobierno texano, las boyas no han cumplido su propósito de frenar el flujo migratorio, ya que los migrantes continúan cruzando el río hacia Estados Unidos.
Además de los problemas ambientales, Martínez destacó que las alteraciones en la forma del Río Bravo están afectando la delimitación territorial entre ambos países. “Creo que, a largo plazo, si el estado de Texas permite que las boyas permanezcan, harán que Texas crezca y que México se encoja porque habrá erosión en el lado mexicano”, advirtió.
El gobierno texano planea instalar más barreras similares en la frontera de Piedras Negras con Eagle Pass, Texas. Estas boyas, según expertos, seguirán representando un peligro significativo para el medio ambiente y las relaciones bilaterales.
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