No es nuevo saber que las cifras no se estabilizan, que los contagios siguen y las muertes por COVID-19 desafortunadamente siguen registrándose. Aunque Hugo López-Gatell diga que van dos semanas con datos negativos a la baja, la realidad es que estamos lejos de lo que tanto esperamos, sobre todo mientras la idea colectiva sea que hemos vuelto a la normalidad.
Y es que con esta pandemia, pasa lo que pasa con la pobreza en este país. A pesar de que técnicamente la mitad de la población vive en esta condición, y de que esa ha sido la constante a través de los años, de los gobiernos, de los colores de partidos políticos paseándose por el poder, todo este tiempo se aplica en la mente colectiva, la ley del ignorarlo todo; lo que no ves no está pasando.
Parece la tradición que persigue desde antaño a este bello México. Familias que esconden y escondieron secretos a otros miembros pensando ilusamente que eso haría desaparecer el problema, pero sabemos que eso nunca sucedió. Los secretos de “las mejores familias” siempre llegaron a la superficie para arruinar la supuesta felicidad. Cualquier capítulo de cualquier telenovela, de cualquier época, lo confirma. Y créame, en los contenidos televisivos podemos ver reflejada mucha de nuestra cultura.
Durante años y sistemáticamente, la pobreza ha sido ignorada por casi todo el mundo en este territorio. Ni siquiera los movimientos estratégicos de los instrumentos estadísticos del CONEVAL han logrado que se vea reflejado un movimiento importante en la balanza de la pobreza. Ni siquiera si se movieran las clasificaciones de pobreza (pobreza extrema, pobreza alimentaria, etc.) habría un cambio significativo. Si juntamos a todas las personas que viven en esta situación, llegaríamos a la mitad de los mexicanos. LA MITAD.
Y sucede porque funciona. Es una estrategia cultural para evadir porque no nos pega. Obviamente me refiero a la esfera que puede lograr un cambio. Una política pública social que no esté enfocada solamente en la asistencia. Una que provea de lo necesario para que estás personas sean las menos posible. Ha habido países que lo han logrado. Esas zonas que se parecen a la nuestra. Un ejemplo es Brasil, que, en los tiempos de Lula, logró mover la balanza.
Pero nosotros vamos de pobreza a seguir estancados. De contagios a más enfermos por coronavirus. A camas listas en el hospital para atender a los pacientes de COVID, pero a más de 74 mil muertes por ese mismo mal. Y hacemos como que no pasa nada.
Siguiendo a la cultura de ignorar lo que nos consume, hemos llegado más allá de los escenarios catastróficos de la pandemia, que la misma autoridad sanitaria estimó erróneamente que no llegaríamos. Y todo porque el mismo gobierno no ha querido obligar a sus ciudadanos a guardarse en casa. Y todo porque esos ciudadanos que pueden guardarse prefieren salir a las calles como si nada estuviera sucediendo.