Columnas
En ninguna parte del mundo existe el gobernante que haga realidad lo que desea u ordena con solo abrir y cerrar lo ojos o agitar una varita mágica.
Ni es mago y mucho menos Dios para hacer y deshacer a su antojo. Es un ser humano con virtudes y defectos, que puede acertar, pero también equivocarse.
Influyen las circunstancias, la realidad, la costumbre, la armonía social, la convivencia.
Si la medida es considerada injusta, inequitativa, no faltara quien se queje o exprese su desacuerdo.
Lo acabamos de ver en los Estados Unidos. A unas horas de haber tomado posesión Donald Trump tuvo que aguantar la reacción de la obispa Maruann Budde quien planteó las consecuencias de cambiar y endurecer reglas migratorias.
Secuelas que truncarían aspiraciones e impactarían el modo de vida de la misma nación poderosa.
La obispa hiizo ver al presidente la infinidad de servicios que prestan los migrantes y que benefician a su patria.
Si en su país hay gente que defiende el derecho a opinar e invita a reflexionar y escuchar razones, lo mismo se haría desde otras naciones y desde foros internacionales.
El simple cambio de nombre al Golfo de México no se va a lograr porque lo ponga en un papel ni porque sus colaboradores empiecen a llamarlo Golfo de América. Para el resto seguiría siendo Golfo de México.
Sin duda Donald Trump es poderoso, ganó por segunda vez las elecciones presidenciales y en esta ocasión con el respaldo suficiente para tener la mayoría en el Senado y en la Cámara de Representantes.
Con ese poder está a la ofensiva y por lo visto, convencido de que todo lo puede hacer, en cualquier parte.
Hay cierto pánico entre naciones débiles y pareciera que no les va a quedar más remedo que ceder.
Sin embargo, la realidad podría ser mucho más poderosa si se unen para evitar que las aplasten y hacen valer la razón por encima de la fuerza.
No hay quien aguante pelearse con todos.
Seguro Trump sería distinto en el trato con las potencias y cauteloso en las zonas de conflicto.
China, Rusia, Francia y Alemania, por citar algunas, no se van a dejar y en primera instancia, ante cualquier acción que pudiera afectarles, plantearían sentarse a dialogar, negociar.
En materia de comercio, el poderoso país de las barras y las estrellas va a querer todas las canicas, imponer su propio juego y sancionar al que se resista.
Para países como México que tiene alrededor del 80 por ciento de su comercio con Estados Unidos la situación es más complicada; no por ello habría que renunciar a una posición digna e independiente, a exigir trato respetuoso y justo.
Habría que insistir en el diálogo, en la equidad.
Además, nunca es tarde para abrir el abanico de oportunidades y mirar con mayor interés hacia Europa, Asia, América del sur y otras regiones.
Tiempos complicados.
El poder de los Estados Unidos también está decidido a expulsar a cientos, miles de migrantes ilegales, por todos los medios de transporte posibles mandarlos directo a sus lugares de origen, con la idea de que no vuelvan a pisar suelo estadounidense, nada más que esos migrantes no van a desaparecer.
Cuando menos lo piense Trump, los migrantes encontrarían otra forma de alcanzar su “sueño americano”.
De ahí la importancia de razonar, dialogar y respetarse, porque al final de cuentas todos vamos en el mismo barco, vivimos en el mismo planeta.
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