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Es saludable que experimentemos ansiedad ante la presencia de un riesgo, un peligro o una amenaza. Nos ponemos ansiosos porque es una forma de hacerle frente a esto. El problema es tener episodios de ansiedad, sin que haya una amenaza real.
La ansiedad en principio no se trata de un estado bueno o malo como tal, sino como un mecanismo de supervivencia propio de la condición humana. Si frente a un peligro real no experimentáramos ansiedad, tampoco podríamos prepararnos para enfrentarlo.
La ansiedad funciona como una especie de señal de alarma. Se activa al detectar la presencia de algo potencialmente dañino para nosotros. La activación, derivada de la ansiedad, nos permite prepararnos para la huida o lucha. Por lo tanto, su papel fundamental es el de proteger y preservar nuestra integridad y nuestra vida. Eso es lo que se denomina ansiedad adaptativa.
Otra cosa ocurre cuando no existe una amenaza real, pero la ansiedad se activa de todos modos, en función de peligros imaginarios o imprecisos. Es entonces cuando comienzan los problemas. Las personas terminan reaccionando con fuertes descargas de ansiedad, frente a un estímulo insignificante, e incluso inexistente. En estos casos, el estado tiende a prolongarse y alcanzar altos niveles de intensidad. Esa es la ansiedad patológica.
“ La ansiedad no puede evitarse, pero sí reducirse. La cuestión en el manejo de la ansiedad consiste en reducirla a niveles normales y utilizar luego esa ansiedad normal como estímulo para aumentar la propia percepción, la vigilancia y las ganas de vivir”
1. Intensidad: Es uno de esos factores que marca una diferencia en la ansiedad adaptativa y patológica. El primer caso, dicha intensidad es proporcional a la valoración que hagamos del potencial de daño del estímulo.
La ansiedad patológica la intensidad suele ser muy alta. De este modo, atravesar una calle se puede convertir en fuente de terror. O mirar por la ventana de un edificio alto, aunque estemos protegidos por una reja.
2. Frecuencia, un factor que marca la diferencia en la ansiedad: La ansiedad adaptativa, los episodios se presentan si hay un estímulo concreto que la merezca. Puede pasar muchos días sin que nos enfrentemos a una amenaza potencial seria.
En la patológica, en cambio, los episodios suelen ser frecuentes. Se imaginan peligros todo el tiempo. Si la persona está en la casa, teme que haya un terremoto en cualquier momento. Si está en la calle, imagina que puede ser asaltada o atropellada por un coche.
3. Nivel de reacción: En la ansiedad adaptativa es el esperable en una persona promedio. Correr, si hay que protegerse de un objeto que está cayendo o esconderse si hay algún maleante o un animal si está atacando.
En la ansiedad patológica hay reacciones desproporcionada. La persona pierde el control y actúa de forma errática, incluso si no hay un peligro evidente. Es el caso de quienes se lavan las manos 500 veces al día por temor a contagiarse de virus.
4. Duración: En la ansiedad adaptativa, los episodios tienen una duración limite. Aparece cuando hay un riesgo o peligro y se diluye cuando ese estimulo desaparece o logra controlarse.
En la patológica esos estados tienen una duración prolongada. El estado no desaparece del todo, sino que tiende a generar una especie de eco emocional.
5. Profundidad: En la ansiedad adaptativa hay un sufrimiento. Sin embargo, este es transitorio y solo llega hasta un punto determinado. En general, se difumina y prácticamente no deja ninguna huella en la vida cotidiana.
En la ansiedad patológica el grado de sufrimiento es mucho más alto. Se experimenta de manera profunda y deja una huella visible en la vida de la persona. De una u otra manera, lo vivido comienza a afectar al desarrollo de su vida.
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