Liz Cheney es uno de esos personajes cada vez más raros en política: arriesga su ascendente carrera en aras de ser coherente con sus convicciones. Es hija del ya legendario ex vicepresidente Dick Cheney, el “Darth Vader” de las presidencias de George W. Bush.
Como su padre, Liz es una conservadora “pura y “dura”, quien votó en la Cámara de Representantes por las iniciativas presentadas por Trump el 93 por ciento de las veces y actualmente tilda la agenda de Biden de “socialista”. También votó por la reelección de Trump, pero ahora se dice arrepentida y, de hecho, se dedica a la quijotesca tarea de salvar al Partido Republicano de las garras del trumpismo, razón por la cual fue defenestrada la semana pasada del puesto de presidenta de la Conferencia Republicana de la Cámara de Representantes. ¿Su pecado? No creer en las falacias de Trump sobre el supuesto fraude electoral.
Cuando el ex presidente se negó a reconocer su derrota, Liz orquestó la publicación de una carta abierta publicada en The Washington Post y firmada por todos los exsecretarios de Defensa vivos donde se advertía de un intento de rebelión para revertir los resultados de noviembre. Después sucedió el asalto al capitolio y el segundo proceso de impeachment a Trump, donde Cheney fue una de los 10 republicanos de la Cámara de Representantes en votar a favor de la condena. Y la lucha de Liz apenas comenzaba. Ha escrito artículos de opinión, pronunciado discursos, ofrecido conferencias y entrevistas para denunciar al expresidente como un peligro para la democracia. En alguno de sus artículos escribió: “No hay un manto mágico para defendernos de la anarquía o la tiranía. Nos protege un sistema de elecciones, leyes y tribunales…Trump está tratando de desentrañar dos elementos críticos en nuestra estructura constitucional fundamentales para la democracia: la confianza en el resultado de las elecciones y el estado de derecho”. En una entrevista esta legisladora recordó su asombro cuando Al Gore concedió con elegancia las polémicas elecciones presidenciales del año 2000. “En ese momento, la estabilidad del sistema se apoyó en el honor de un hombre, este año vimos a un perdedor presidencial sin honor tratar de deslegitimar el sistema estadounidense”.
Pero la de Cheney es una solitaria voz en el desierto del Partido Republicano, el cual ahora dedica buena parte de sus energías a tratar de minar la democracia. Durante este año los legisladores republicanos a nivel estatal han presentado 361 proyectos de ley para imponer limitaciones al voto en 47 estados, medidas como entorpecer la realización y publicación de encuestas, reducir el número de buzones/urna para los votos en ausencia, purgar los padrones y otorgar mayores facultades a funcionarios no electos sobre los procedimientos electorales.