Juan Carlos Del Valle se ha hecho famoso por su serie El pan de cada día, en la que retrata golosinas como pastelitos, galletas, donas y cupcakes en óleo sobre tela. En ellas, con un extraordinario uso de la luz, es casi posible evocar el sabor exacto de estas delicias hipercalóricas. Aunque el sello de esta serie le ha catapultado a la fama,
es su reflexión sobre el arte y lo sagrado lo hace realmente disruptivo su trabajo en un mundo en que los artistas se alejan profundamente de la espiritualidad y desconectan su quehacer de la experiencia sublime de lo sagrado.
Así, Juan Carlos Del Valle, con su apariencia discreta, su forma de hablar pausada y
tranquila, trae a conversación esa faceta profunda e interesante del arte sobre lo sublime, la adoración, lo sagrado y lo místico que sólo la potencia sensible del arte puede lograr en su más alta elevación experiencial.
Su intervención Soplo, que se inauguró el
19 de septiembre en la capilla del Convento de las Madres Adoratrices, ubicado en Miguel Lerdo de Tejada 149, Col. Guadalupe Inn, es una muestra muy bien lograda pues con tres pinturas suspendidas sobre el altar y, bajo la perspectiva del Santísimo logra una atmósfera de contemplación y silencio conmovedora. En ellas se puede ver una nube de gas que, asegura, es el estado de la materia más caótico e inestable. Es una pequeña nube gris sobre el color, que se parece a aquella que surge luego de emitir el aliento que apaga un vela. El momento exacto en que la luz se convierte en humo.
Frente a las obras, las madres adoratrices
llevan a cabo la oración cotidiana en silencio, que aseguran convoca a la presencia de Dios y los espectadores, contagiados de ese mismo silencio, podemos escuchar el sonido de nuestra propia respiración.
Así, los cuadros que penden de hilos
transparentes materializan aquello que existe pero que es invisible: la respiración, la fe, la oración, el silencio...
Luego de la incomodidad que significa
para los adictos al estrés encontrarse con el sosiego, en medio de la vorágine, la mente se tranquiliza. El ambiente de la capilla diseñada por el Arquitecto Obregón Formoso te invita a la rendición y Juan Carlos Del Valle se sale con la suya, te lleva a un estado meditativo y espiritual, que sólo había sentido antes en la capilla laica de Rothko en Houston, Texas.
Así es como este artista joven, contemporáneo, que apenas rebasa los 40 años, trae
al discurso contemporáneo aquello perdido en los anales del tiempo: el arte arropa con fines espirituales. Lejos de la racionalidad y la explicación, puesto que el efecto se da naturalmente y sin mayor necesidad de marcos teóricos.
¿Qué no es el arte el que a musulmanes, católicos, judíos y ortodoxos permite
el ritual en los templos de devoción de cada uno? Recordemos que a través del arte incluso se logró la evangelización de un continente que adoraba dioses representados en monolitos monstruosos, pues les trajeron a cambio, de un momento a otro, el rostro renacentista de una niña que simbolizaba a la Virgen de la Concepción y la pureza.
Más allá de religión y dogma es el arte el
que nos muestra las dimensiones más elevadas de la reflexión y la capacidad humana respecto a los misterios de la vida.
En la intervención Soplo, Juan Carlos Del
Valle hace que la belleza vuelva a ser un vehículo hacia la dimensión espiritual y las preguntas existenciales. Su pieza te arranca del caos y te ancla al presente. A la quietud.
Te encuentra con tu pequeñez de humano finito y la grandeza filosófica que
somos capaces todas las personas.
Los artistas contemporáneos han
olvidado esta dimensión profunda en aras de la materialidad y la rebeldía. Pero, ¿no es también rebelde, regresar a la reflexión de lo sagrado a través del arte, en un mundo que busca la espiritualidad fácil y vacía de couching?...
Sin hablar de dogmas religiosos y
sin ser limitativo, Soplo es una experiencia inmersiva que permite la libertad de interpretarla desde la sensibilidad del espectador. Las monjas no han sido la excepción y ellas enmarcan esta instalación artística en el acontecimiento de recibir las reliquias de la madre fundadora de su orden. Hablan del momento del amanecer en que entra la luz por los vitrales y las tres pinturas de Juan Carlos cambian de color. Sus ojos se llenan de lágrimas y se conmueven.
Tocar el corazón, de aquellos que no se
dedican al arte, es la muestra de que la expresión visual y creativa ha llegado a niveles artísticos. Además las monjas, están encantadas de compartir los espacios en los que hacen su vida en clausura. Todos pueden visitar la instalación. No importa la religión que profesen o si se tiene intenciones estéticas o de oración. Sólo hay que tocar la puerta del 149 de la calle Lerdo de Tejada, en la colonia Guadalupe Inn, de la Ciudad de México y pedir entrar a la capilla. Si tienen suerte podrán completar la experiencia con la degustación de las galletas que las madres preparan.