Covid-19 es el nombre que más hemos escuchado y que nos tiene en estrés constante. Es de lo que más hemos leído o nos informamos en las últimas semanas. Diario escuchamos las indicaciones para evitar su contagio; contamos los días transcurridos desde que se declaró cuarentena; las autoridades insisten y nosotros replicamos a nuestros familiares y amigos que, si te es posible, te quedes en casa y éste, sin duda, es un acto individual de corresponsabilidad con las acciones gubernamentales y es la herramienta más eficaz para evitar el contagio.
Sin embargo, poder aislarte es una realidad privilegiada de la que solo algunas personas pueden gozar. Buena parte de la población no puede realizar su trabajo, formal o informal, desde casa, y no pueden arriesgarse a perderlo. Así, por ejemplo, las trabajadoras/es sexuales se quedaron sin un lugar en donde trabajar, comer y dormir porque, sin aviso cerraron el hotel donde realizaban sus actividades; los refugiados y los migrantes están expuestos a riesgos de contagio en estaciones migratorias y estancias provisionales.
Asimismo, durante los primeros días de confinamiento, 27 niñas fueron víctimas de violencia sexual en su casa; más aún, quedarse en casa no fue una decisión segura para 80 mujeres que fueron víctimas de violencia doméstica, según los casos reportados ante la FGR. Y así, existen innumerables circunstancias que irán emergiendo para asombro y emergencias de todos durante este proceso.
La cuarentena no solo ha sido la medida preventiva para disminuir el riesgo de contagios, también ha sido el mecanismo para revivir y evidenciar situaciones que se nos habían olvidado o que dejaron de tener importancia en los medios de comunicación. Asumir que todas las personas tienen acceso a una vivienda, o que quienes la tienen o permanecen en algún tipo de aislamiento, están en un sitio seguro, coadyuva a romantizar la versión de aislamiento, evita pensar en otras formas de refugio que no dependan de una ilusoria idea de “hogar”, sepulta la realidad social y calla las voces de la población que dejó de ser vulnerable, para ser vulnerada.
No pongo en duda los esfuerzos gubernamentales ante la contingencia, pero sí la capacidad de respuesta y ausentes estrategias de atención y respuesta para las poblaciones vulneradas. En cuanto a lo que nos corresponde como ciudadanía, me pregunto si las personas que tienen la oportunidad de permanecer en casa han reflexionado sobre dicho privilegio, si han buscado la forma de ser solidarios/as o si por el contrario se han inclinado hacia la evasión de la crisis social, contribuyendo a la evidente deshumanización.