El “sentido de eficacia” es la noción que refiere la capacidad reactiva de un gobierno para enfrentar la multitud de conflictos, calculados o fortuitos, que inevitablemente aparecen en el transcurso de la historia de las sociedades. La resolución amerita contundencia y planeación, pues de ello puede depender la sobrevivencia de regímenes y sociedades. Los anticuerpos generados por los trastornos del devenir, se contienen en la memoria, alertando sobre lo indispensable de la prevención. La mejor prevención es contar con el andamiaje institucional para lidiar con la inevitabilidad del conflicto.
Las instituciones conforman el espíritu mismo de la organización. Los constructos organizacionales creados bajo procedimientos que establezcan planes de acción, que recauden y utilicen los recursos requeridos y que se vigilen en su aplicación para cumplir su objetivo. Tienen dos rumbos perfectamente definidos: la normalidad y su contraria: la anormalidad.
La normalidad refiere la estabilidad social cuando la administración rige los aconteceres de lo público. La anormalidad, aunque suene excepcional, es, sin embargo, lo común entre los seres humanos que viven continuamente sobresaltados por su innata agresividad. Prevenir ambas, es deber de las instituciones públicas, fallar implica fatídicas consecuencias, y, extrañamente, es donde el “sentido de eficacia” cobra realidad.
Cuando en la Europa del siglo XIV, la peste bubónica, llegada de Asia a través del comercio con Venecia —paradójica coincidencia—, provocó daños inconmensurables a la población. La mitad de la población nativa murió, y la que quedó comprendió que el orden feudal imperante era completamente ineficaz para atender una catástrofe semejante. La capacidad reactiva de las instituciones tardo medievales no previeron que un microorganismo pondría en jaque su sistema de protección militar, y que los ruegos misericordiosos no eliminaban a un ente que no vislumbraron que vivía en las pulgas de las ratas con las que cohabitaban sin sobresalto.
La ineficacia ante la crisis, inició el cuestionamiento a las instituciones, donde ni los sermones de predicadores y demagogos, ni los autos de fe o las penitencias frenaban esa cosa que deambularía medio siglo en un mundo devastado y desilusionado. Alternativas brotaron al tiempo que el humanismo traducía la biblioteca clásica, y las conciencias notaron que la existencia de mejores instituciones, mejores gobiernos y mejores ciudadanos habían ya existido en el pasado grecolatino. Las ciudades tenían alcantarillas, baños públicos y un gobierno con instituciones capaces de enfrentar catástrofes.
“El sentido de eficacia” es un acto de conciencia social cuando comprenden las miserias de su entorno y aspiran a un orden efectivo. Los discursos demagógicos, la toma de decisiones arbitraria, el debilitamiento de las instituciones cuando tienen que vérselas con un hecho fortuito como las pestes, despiertan el sentido de eficacia entre una población lastimada. Que el Presidente mexicano —quien dizque sabe mucha historia—, tenga presente este llamado del destino.