En un par de columnas sucesivas de enero pasado, presenté comentarios generales del libro “Resiliencia democrática”, de Susan Mettler, Robert Lieberman y Kenneth Roberts, publicado por la editorial de la Universidad de Cambridge. De tan relevante obra, que hay que leer entera, destaca el penúltimo ensayo, de la autoría de David Bateman que se intitula “Elecciones, polarización y resiliencia democrática”.
En su texto, Bateman refiere entre otras cosas, lo que él llama el problema de las elecciones en la política democrática. Afirma correctamente que dependemos los comicios para que realicen diversas tareas fundamentales. Se trata de las de organizar y agregar preferencias, determinar nuestros liderazgos políticos, constituir la rendición de cuentas, regular el conflicto y regenerar en cada ciclo nuestra sensación general de que las instituciones y personas que nos gobiernan, lo hacen de manera legítima. No son encargos menores.
Afirma también que, con justa razón, la integridad de las elecciones y del proceso electoral en general es reconocida como una métrica de importancia superlativa para conocer o calcular el desarrollo democrático y la consolidación correspondiente de los regímenes políticos contemporáneos.
Se duele que desde esa óptica, la democracia norteamericana está fallando desde 2016, pero que no concuerda con el uso de la expresión “desconsolidación” porque oscurece el proceso mismo al señalar, implícitamente, que existe una meta de llegada (la consolidación) y que una vez arribando a ese puerto, la democracia será el “único juego en la ciudad”.
Quizá el alegato más interesante del capítulo es el que el autor señala como la doble función de las elecciones. Dice que tienen tanto una misión “polarizante”, como una integrativa, y explica con amplitud, profundidad y soltura las tensiones entre ambas funciones, así como los efectos de cada una en el sistema electoral entero, en la administración electoral y sus normas e instituciones y en el reconocimiento social de la autoridad llegada al cargo por la vía de los comicios.
Es un enfoque novedoso pero acertado. De la polarización de las elecciones, determina que debemos esperar campañas con opciones genuinamente diferenciadas o diferenciables para el electorado, que le permitan una mejor selección de sus élites y de las respectivas políticas públicas. Dice también que, si no cuidamos esta expresión electoral con acotaciones normativas e institucionales suficientes y oportunas, sobrevendrán pulsiones de supervivencia de los grupos y actores políticos que podrían llevar a lo que él llama “manipulación electoral”, que no es otra cosa que reblandecer el control y vigilancia de la lucha por el poder.
De la función integradora, alega que de las elecciones debemos esperar que sirvan como mecanismos mediante los que la lucha por el acceso dicho poder público y gobernar se funde en una especie de autoridad “de consenso” cuya legitimidad política se fundamente tanto en el resultado de la contienda, como en la pulcritud del procedimiento.
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