Alejandra Gallardo
El feminicidio es una cruda y dolorosa realidad que nos aterra, las cifras recientemente presentadas por las autoridades, cifras que no son sólo números, porque representan proyectos de vida truncados, que dejan a niñas y niños en situación de orfandad y desamparo, familias rotas. En México, son asesinadas 10 mujeres al día y se calcula que únicamente 2 de cada 10 de éstos crímenes se investigan como feminicidios.
De acuerdo con la información que ofrece el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), mayo fue el segundo mes más violento para las mujeres en lo que va del año, el delito de feminicidio registró un aumento del 25 por ciento.
La violencia contra las mujeres, en cualquiera de sus expresiones, tiene origen en la desigualdad de género, en la posición de subordinación, marginalidad y riesgo frente a una cultura machista, sobre todo en las relaciones de pareja. Tan sólo la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), refiere que en América Latina 2 de cada 3 feminicidios se producen en contextos de relaciones de pareja o ex pareja, con la complicidad y el silencio de la sociedad.
Basta recordar el caso de Ingrid Escamilla, quien fue brutalmente asesinada en un departamento en la Alcaldía Gustavo A. Madero en la Ciudad de México, por su pareja que contaba con una denuncia interpuesta por su ex esposa por violencia. La pregunta que muchas y muchos nos hicimos fue, ¿pero nadie escuchó algún indicio del crimen? Y si fue así ¿por qué nadie llamó a los servicios de emergencia?
La normalización de las expresiones violentas nos lastima en lo mas profundo, como personas y como sociedad. Está demostrado que las mujeres callamos porque hemos escuchado una y otra vez que todas las parejas tienen conflictos, callamos porque no creemos en la justicia, por el “qué dirán”, por miedo, por vergüenza, porque no encontramos brazos solidarios y compañeros, callamos porque en las sociedades latinas a las mujeres se nos ha inculcado el “si así lo escogiste, entonces, no te quejes”.
Y pese a que el feminicidio es tema constante en las agendas públicas, miles de mujeres que diariamente son víctimas de violencia extrema en sus hogares, siguen callando, aún sabiendo que el silencio también mata.
No seamos cómplices con nuestra indiferencia, poner fin a la violencia contra las mujeres es asunto de todas y todos. Cuando escuchemos que una mujer se atreve a romper el silencio, creámosles, escuchémoslas, acompañemos. Acerquémonos a las y los jóvenes para que exijan respeto a los derechos de las mujeres, también a nuestras autoridades, para que cumplan con sus planes de prevención y erradicación de este mal. La violencia de género seguirá presente hasta que rompamos el silencio.