Me sorprende como en México, el asesinato de George Floyd a manos de policías estadounidenses, no se ha sentido como un suceso que impactó en la vida de los mexicanos. Algunos expertos dirán que es por la distancia, porque no sucedió aquí, pero quiero proponerle que para los mexicanos el racismo es un tema para evadir.
George Floyd era un hombre de 45 años que al parecer pagó con un billete falso, fue a dar al suelo y un policía se postró sobre su cuello por más de 8 minutos, según los reportes policiales. Cuando Floyd dejó de moverse, el asesino estuvo todavía 2 minutos y medio más sobre él. Unas horas más tarde fue declarado muerto en un hospital de Minneapolis.
Recuerdo que hace un par de años me invitaron a dar una plática sobre periodismo con universitarios en Morelia. Me preguntaron qué tema era de los que más me sorprendía sobre los mexicanos. Respondí con una pregunta, “¿Tú crees que en México somos racistas?” y el chico me respondió: “No, no lo somos porque en este país no hay negros”. Inmediatamente le respondí que lo que más me sorprendía sobre los mexicanos es el hecho que tendemos a normalizar todo aquello que repudiamos.
Sucede que hay demasiado racismo en las calles y ha sido parte de nuestra cultura social. Se ha normalizado desde que es gracioso clasificar a la gente entre “blanquitos y prietitos”. No podemos verlo porque para algunos es demasiado aceptar que sus burlas son racismo puro y no una “simple bromita”.
Según la Encuesta Nacional sobre Discriminación 2019 del Inegi, la apariencia física es la principal causa de discriminación en México. La mayoría de la población indígena y afrodescendiente en este país considera que sus derechos no se respetan, de acuerdo con los resultados.
Creemos que no hay racismo, pero uno de cada cinco mexicanos se sintió discriminado; es decir, sufrió al menos un acto de exclusión en los anteriores cinco años al momento de la encuesta. ¿Por qué entonces no hablamos de cómo se normaliza el racismo?
Sencillo, ¿recuerda usted cuando en la escuela un niño se burlaba del otro porque parecía “el negrito bimbo”? ¿o cuando su mamá le decía que no se juntara con “el prietito”? ¿O cuando usted o alguien de su familia le dijo a la señora de la limpieza una ofensa que empezaba con la vomitiva palabra “prieta”? Ahí y así es como se sigue repitiendo la violencia que asesina por el color de piel.