La culpa de Occidente
Pedro Arturo Aguirre
Occidente tiene algo de culpa en la guerra de Ucrania, pero no es porque la OTAN se haya expandido hacia los países del Este de Europa, sino porque consintió mucho y por demasiado tiempo al autócrata ruso y a sus aliados oligarcas. La ampliación de la OTAN no ha sido una fuente constante de tensión entre Rusia y Occidente, sino una variable. En los últimos treinta años la importancia del problema ha aumentado y disminuido no principalmente debido a la OTAN, sino a las olas democratizadoras en Eurasia. Es un patrón muy claro: las quejas de Moscú sobre la OTAN aumentan solo después de los avances democráticos. Si los ciudadanos de países libres establecen en las urnas su propio rumbo en la política interna y exterior pondrían un “mal ejemplo” a los rusos. El éxito es contagioso e inspirador. Este es el mayor temor del dictador ruso y la fuerza impulsora detrás de su agresiva política exterior.
La OTAN no se amplio al Este por capricho de sus dirigentes. Una vez establecidos regímenes democráticos en naciones como Polonia, Hungría, República Checa, las repúblicas bálticas, etc. estos solicitaron su ingreso por sentirse amenazados por una potencia con poderosos anhelos imperiales, la cual ya los había invadido en el pasado y tenía fama de no honrar acuerdos. Ucrania deseaba integrarse a la OTAN porque Rusia incumplió el compromiso de respetar de manera irrestricta su soberanía a cambio de renunciar a sus armamento nuclear. Pero estas ampliaciones no han constituido en absoluto una amenaza real para Rusia. Desde el final de la Guerra Fría hasta la invasión de Ucrania en 2014 la OTAN redujo recursos y fuerzas en Europa. Incluso mientras crecía la membresía, la capacidad militar de la OTAN en Europa era mucho mayor en la década de 1990. Durante este mismo período, Putin aumentó significativamente presupuestos para modernizar y expandir a sus fuerzas armadas. La causa real de las tensiones han sido los avances democráticos y protestas populares, las llamadas “Revoluciones de Color” a las cuales Putin califica de “golpes de Estado apoyados por Estados Unidos”.
Ucrania paga hoy las omisiones de Occidente. Ante la bárbara represión en Chechenia, la intervención en Transnistria, la invasión a Georgia, el apoyo al infame Assad en Siria, la anexión de Crimea y los constantes ciberataques Occidente respondió con débiles amenazas e insuficientes sanciones, mientras seguía haciendo negocios en grande con Rusia, gran parte de Europa –en particular Alemania– incrementaba su dependencia de los hidrocarburos rusos y los oligarcas gozaban de todas las facilidades para mover sus capitales ciudades como Londres, París, Marbella o Miami. En lugar de legitimarlo, los políticos occidentales debieron preocuparse por contener la amenaza planteada por un régimen marcadamente hostil a los valores democráticos.