Comienza a llamar la atención el papel que la música, el cine, la televisión y la publicidad juegan en la reproducción de los estereotipos machistas y misóginos. Al reggaetón se le acusa de exaltar la banalización sexual de la mujer y a Joaquín Sabina de romantizar la sumisión, el engaño y el abuso psicológico.
La cultura se encarga de simbolizar los roles y los significados que la sociedad decide para las mujeres. Es una forma de violencia simbólica que, en la actualidad, se enmascara en la libertad de expresión, pero que sutilmente –o descaradamente- reafirma el utilitarismo sexual de la mujer y la jerarquía masculina.
En la pintura y la escultura, por lo menos hasta mediados del siglo XX, la mayor parte de las representaciones hechas del cuerpo y del ideal femenino provenían de los hombres. Hasta hace muy poco las mujeres tuvieron el derecho de representarse a sí mismas. En la historia del cine y la música, la situación no es distinta.
Tanto en los medios masivos como en la misma historia del arte, se sigue aplicando un canon que viene de siglos atrás: las mujeres y sus intereses importan en la medida que cumplen con el ideal sexual que se exige de ellas; son reconocidas solo cuando están subordinadas a los varones.
Se ha aceptado con normalidad que el cuerpo femenino es el símbolo de lo sensible, lo erótico, lo amoroso y lo placentero. Pero ¿por qué ellas son las que están obligadas a representar esto? Para la ciencia de los signos, la semiótica, no existen significados naturales. Todos los signos y los símbolos son convenciones creadas socialmente y son fuertes porque están compartidas y arraigadas en las creencias más profundas de una sociedad. Los mitos son relatos que permiten explicar el orden originario –o el orden que se cree natural- de las cosas. En el caso de las sociedades patriarcales, como la nuestra, los mitos de origen naturalizan el derecho de los hombres para ejercer su dominación sobre las mujeres. Gracias a mitos como el matrimonio y el amor romántico, la capacidad reproductiva y la fuerza de trabajo femenil pasan a ser propiedad de otros. De esta manera, todo lo femenino está simbolizado de acuerdo con los roles que señalan los mitos patriarcales. En estos mitos, a la mujer se le despoja de su autonomía intelectual y su libertad queda tutelada.
La cultura machista establece que aquellas que se rebelan contra “lo propio” de ser mujer renuncian a su integridad y están expuestas al castigo. Así es como se justifican una serie de abusos que tratan de disciplinar el papel de ellas en la sociedad. Esta forma de pensar en sí misma es repulsiva, pero lo sorprendente es que puede convertirse en una cultura y sentirse con normalidad.
Aunque las canciones, los programas y la publicidad sí tienen responsabilidad en fomentar los vicios machistas; los patrones de comportamiento que se aprenden en la familia nuclear, el papel de las religiones ortodoxas y la impunidad con la que se acepta desde el Estado la bestialidad contra lo femenino, tienen más culpa, porque eso no se elige ver o escuchar, eso se tiene que vivir.