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Efectivamente siempre ha provocado desconcierto, como dice Raymond Aron en “El opio de los intelectuales” cómo es que todo aquel grupo que tiende a identificarse con algún discurso marxista, exhiba morbosamente una parcialidad inmoral con los crímenes de los grupos que se les hermana, al tiempo que señalan con el dedo flamígero de una especie de autoridad providencial que su causa (a la que denominan “verdad”, pues luchan por lo que ellos entienden es justicia y libertad) les confiere para ser una especie de gurús de todo lo que consideran enemigo. Por lo que viven con la permanente preocupación de que su narrativa se les salga de control, semejando una actitud esquizofrénica.
Lo “esquizoide” acontece por el horror de la evidencia que derrumbe el discurso arduamente impuesto. No es gratuito que en los países donde se impuso el sistema comunista, desarrollara al mismo tiempos dos brazos importantes que fueron vitales para sus regímenes: la propaganda y la policía.
La propaganda pretende mantener -o imponer- el discurso entre la opinión pública, publicitando todas las ventajas de la utopía igualitaria, por ejemplo, aunque la evidente ineficacia del modelo cubano que está matando de hambre a su propia población sea conocido, hay que utilizar los medios para ofrecer una versión falseada del hecho, culpando o a la “prensa imperialista” o al “terrorismo”. Pues en la tierra de la libertad “nadie muere de hambre”, y si alguien dice eso, es porque se encuentra “prostituido” a intereses ajenos a la “libertad”, “justicia”, “igualdad” y cuanto término trascendental llegue no al cerebro, sino al corazón de toda alma desgraciada. Cuando la crudeza de los hechos choca con lo desventurado de los acontecimientos, es decir, cuando es imposible seguir ocultando la miseria del régimen, y requieren del terror policiaco para, cual inquisidores en perpetua contrareforma, evitarán que el alma sea pervertida por sus demonios verdaderos o inventados: “conservadores”, “contrarevolucionarios”, “reaccionarios…”, etc.
La violencia se va incrementando cuando por su naturaleza, el discurso propagandístico se disuelve por la inercia de los acontecimientos, cuando una persona compra en un mercado un kilo de cebollas que hacía una semana costaba diez pesos, y resulta que hoy lo compra a ochenta, no se necesita ser un “reaccionario proimperialista antipatriota enemigo de la justicia”, para comprender que algo no va bien, y que posiblemente esos precios se deben a una ausencia de la autoridad en las regiones productoras que la delincuencia azota. El derecho de piso y la extorsión pueden ser tan extendidos y sufridos, que el tipo que diga que eso no es verdad suena a lo que normalmente el enajenado ideológico tiende a sonar: un paranoico ideologizado. Si los hechos no comulgan con el discurso, peor para los hechos. Dirían ellos categórica y vehementemente.