En el maremágnum del cierre de diciembre pasado y del año 2019, una senadora del PRI presentó una iniciativa de reforma constitucional para instaurar la segunda vuelta en las elecciones presidenciales, mecanismo predominante en todo el mundo en la actualidad, aunque no siempre fue así, como le he contado en estas mismas páginas.
Durante los años cincuenta, el sistema de mayoría relativa, el que aún usamos en México, se usaba en más del 50 por ciento de los comicios presidenciales, mientras que la segunda vuelta se usaba en menos del 10 por ciento. Entre 2000 y 2011, la mayoría relativa presidencial se usó en menos del 30 por ciento y la segunda vuelta en cerca del 60 por ciento.
Tan recientemente como 2016, entre los países clasificados como democracias electorales por Freedom House, el 88 por ciento de los países de África subsahariana, el 86 por ciento de los de Europa, el 63 por ciento de los de Asia-Pacífico y el 75 por ciento de los de América Latina, contaban con segunda vuelta. Según un conteo del mismo año, 12 de los 18 países de nuestra región practican ya este mecanismo.
Un estudio de abril de 2018 de Cynthia McClintock sobre la materia, publicado por la editorial de la Universidad de Oxford, intitulado Reglas electorales y democracia en América Latina, dice exactamente eso y más, y empieza recordándonos que resultados estrechos en elecciones presidenciales en Latinoamérica hace 50 o 60 años generaron golpes de Estado o cuando menos gran inestabilidad política.
Menciona el caso de Chile en 1973, cuando Allende, justo tres años antes, había obtenido apenas 36.6 por ciento de los votos, mientras que sus competidores, 35.3 por ciento y 28.1 por ciento, respectivamente. Informa que algo similar sucedió en Brasil, en 1955; Perú, 1962; Argentina, 1963; Ecuador, 1968, y Uruguay, 1971.
La lección, dice la autora, fue que ese tipo de márgenes de victoria tienen un costo enorme de legitimidad política para el ganador. Señala también que, desde 1970, todos los países que han adoptado una nueva constitución han abrazado la segunda vuelta, con excepción de Nicaragua, en 1987 y Venezuela, en 1999.
La mayoría de esas democracias latinoamericanas (Brasil, Chile, Colombia, Guatemala, Perú, República Dominicana y Uruguay) seleccionaron un umbral alto: para ganar en la “primera” vuelta, se requiere un triunfo electoral de 50 por ciento más un voto. Argentina y Bolivia, al menos hasta 2009, prefirieron un umbral menor: para ganar la primera vuelta el triunfador necesita entre 40 por ciento y 50 por ciento de los sufragios, pero dependiendo de la diferencia de votos con el segundo lugar. Otros cinco países (Honduras, México, Panamá, Paraguay y Venezuela) siguen usando la tradicional mayoría relativa. Para entender mejor el fenómeno, McClintock entrevistó legisladores de varios países (principalmente de Chile, Perú y México) y se topó con hallazgos sumamente interesantes que comentaré el próximo jueves.
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