Partidos sin ciudadanos
Hoy los partidos políticos han sufrido una transformación que les aleja de la realidad social. Por una parte, la distancia entre los ciudadanos y los partidos ha aumentado al mismo tiempo que han disminuido las diferencias entre los partidos, procesos ambos que se refuerzan mutuamente provocando una indiferencia de la ciudadanía hacia el mundo de la política en general. Con esta afirmación Daniel Innerarity sepulta a los partidos políticos para recalcar que su vocación y función representativa es una solo una reminiscencia del siglo XX.
Hoy los partidos políticos -lamentablemente- se erigen como agencias de colocaciones para aquellos serviles al sistema; no importa la capacidad del individuo, lo que se premia es la disciplina para acatar una orden sin cuestionar nada. Sumado a lo anterior, su mutación simbólica los vuelve replicadores y cajas de resonancia de los caprichos del gobernante; condición que disminuye su eficacia para enarbolar causas sociales.
Entonces, si el fundamento de un partido es dotar de autoridad a sus representados, el pueblo no aparece en ningún lugar, salvo cuando deposita su voto en las elecciones a favor de una ficción democrática. Al día de hoy nos cuesta muy caro e inadmisible que la función de un partido político no vaya más allá que la de recoger votos. Muy lejos todavía lo que tutela el Artículo 41 constitucional, principalmente cuando se refiere a que estas “entidades de interés público” tienen que promover la participación del pueblo en la vida democrática, fomentar el principio de paridad de género y contribuir en la representación nacional. Esto es letra muerta.
Lo que es cierto es que los partidos hoy son un lugar vacío, mientras venden simulacros democráticos, su vida interna es la antítesis democrática al seleccionar y nominar candidatos, circular las élites y clarificar ideologías, debido a que todo se resuelve al “contentillo” de una ley de hierro de la oligarquía. Panorama que se complica cuando el ciudadano se reduce solo a ser un espectador, un número, un cálculo y una paradoja que debe ser engañada para una rigurosa adoctrinación. Ocasión que nos debe llevar a realizar ajustes en la supuesta “filosofía democratizadora” que nos han hecho creer. Recordando que: Nadie decide al interior del partido porque es función exclusiva de su plutocracia.
Si Pierre Rosanvallon se refería a la democracia como “conflicto y consenso al mismo tiempo”, se debe dejar claro que en el cambio de paradigmas se exija una redistribución de beneficios, representaciones y un catálogo de derechos donde se avance sobre igualdad, rendición de cuentas y el fortalecimiento de una “gramática de bienes comunes”. Para ello se vuelve fundamental la discusión sobre el fin de los partidos políticos o su contraparte identitaria de la asunción del zoon politikon 4.0. de lo contario se corre el riesgo de un regreso al viejo esquema de sistema de partidos no competitivos y su rey el partido hegemónico o lo que es lo mismo, la antesala hacia la necropolítica. Así las cosas, en el México de Don José Pagés Llergo “donde no pasa nada, hasta que pasa y cuando pasa, no pasa nada”.
Magdiel Gómez Muñiz Colaborador de Integridad Ciudadana, Coordinador del Doctorado en Ciencia Política del Centro Universitario de la Ciénega - UDG. Profesor Investigador de Tiempo Completo de la Universidad de Guadalajara @magdielgmg @Integridad_AC