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Pederastia: el daño permanente 

Pederastia: el daño permanente 

Columnas jueves 13 de febrero de 2020 -


Décadas tuvieron que pasar en México para que se alzaran las voces de denuncias contra sacerdotes pederastas y que sus señalamientos hicieran eco hasta llegar al propio Vaticano.
Fue en 1997 que un grupo de víctimas llegaron hasta la Santa Sede con una acusación colectiva por abuso sexual contra uno de los miembros más reconocidos de la Iglesia católica mexicana. Se trataba del padre Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo, por quien el Papa Juan Pablo II tenía gran admiración y simpatía, y que, en cierto modo, recibió protección del Pontífice pues se tenía conocimiento de sus actividades pedófilas desde la década de los cincuenta.
Pero la acusación contra el padre Maciel solo era la punta de un inmenso iceberg conformado por miles de casos de otros sacerdotes y miembros del clero envueltos en escándalos de pederastia. Fue, sin embargo, la creciente fuerza que tomaron las denuncias contra los religiosos, no solo en México sino en todo el mundo, que llevaron a las víctimas a revelar sus casos, muchos de ellos ocultos por años de vergüenza o por el descrédito al que eran rápidamente sometidos aquellos que se atrevían hacer un señalamiento.
Muchas de las víctimas eran menores de edad cuando se registraron los hechos y se había hecho prescribir todo rastro de delito, mientras que para otros se llegó a comprar su silencio pues podía poner en riesgo una carrera sacerdotal o hasta la credibilidad y prestigio de la institución católica, digamos. Contra la perversidad de la pederastia al interior de los muros de la Iglesia hace falta tanto una mayor participación de la sociedad en la denuncia de estos casos, como el compromiso de las autoridades, que aunque tarde comenzaron a tomar cartas en el asunto con miras hacia la anulación de la prescripción del delito cuando de pederastia se trate.
En este sentido, es muy importante enumerar tres actores fundamentales de los que se espera mayor participación: 1) el Gobierno, que tiene que atender de manera más activa estos casos, acabar con la protección y el encubrimiento que por décadas ha habido hacia los monstruos perpetradores; 2) la propia Iglesia católica, pues a pesar del interés del propio Papa Francisco en que se atiendan y resuelvan las denuncias dirigidas contra sacerdotes y otros miembros del clero acusados de pederastas, sigue sin proporcionarse la prontitud requerida; 3) la parte de la sociedad que otorgó y puso su confianza en la Iglesia y delegó a ciegas el cuidado de sus hijos en los representantes eclesiásticos.
Y hay que decirlo, no es que el ser sacerdote sea necesariamente sinónimo de perversión, pero deben de ser los padres los que tomen a profundidad la gran responsabilidad de educar a sus hijos y estar vigilantes alertas y pendientes a lo que ocurre en su entorno propio.


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