La manera en que se percibe actualmente toda iniciativa de ley o reforma proveniente del Ejecutivo Federal es tomada por los legisladores, aunque sea para su rechazo, como un texto inamovible. Un todo en el que nada puede modificarse, cuando es tarea de diputados y senadores adaptarla a las necesidades de sus representados, a quienes supuestamente, conocen en sus necesidades, inquietudes y forma de pensar.
Posiblemente no hay legislador, en ningún partido político, que pueda conocer –ni siquiera aproximadamente—la posición de sus representados respecto a ninguna reforma ya sea eléctrica, laboral, electoral, etc.
Es necesario realizar encuestas para que los legisladores tengan una idea de lo que sucede en las mentes de quienes debieran conocer muy bien. El pretexto, que de tan absurdo raya en lo surrealista, es que no tienen tiempo de hablar con los representados porque tienen mucho trabajo, cuando su prioridad es hablar con sus representados y conocer su postura respecto a lo que discuten por consigna, lo demás debe esperar.
Una muestra de que los legisladores carecen de comunicación con sus representados es la manera de ver los debates como si se tratara de un enfrentamiento deportivo donde forzosamente hay ganadores y perdedores. Es decir, nuestros legisladores se asemejan más aun futbolista que un representante popular porque en la cancha hacen lo que pueden por sus carreras personales pero no por la afición.
Un futbolista no tiene la obligación de preguntar a sus fanáticos cómo quiere que celebre cada gol que anota, pero un legislador mantiene, por juramento, la imposición de conocer la posición de sus representados sobre la manera de defender, atacar o rechazar una iniciativa de ley.
Son los legisladores, junto con otros servidores públicos quienes han trivializado la política y la colocan a nivel de una cancha de futbol, donde lo de menos es meter un balón al salón de sesiones sino comportarse como un futbolista en la tribuna.
México ha mantenido una democracia pegada con alfileres, con un árbitro siempre de un lado con una cancha cuyo deterioro no quieren reconocer y unas reglas que no aceptan su caducidad. Así, la política del país está en manos de una frivolidad que sólo beneficia a quienes nada quiere que cambie y a sus seguidores que continúa una inercia convencional que les da seguridad en su vida cotidiana y certeza en sus creencias sociales.
A pesar de que la vida social tiene la dinámica que exige cambios en lo comunitario y transformaciones en l individual, la tendencia por repetir la rutina de lo que ha sucedido todavía es un lastre en un país que no por vivir el presente perderá sus tradiciones ni por ver con otros ojos la realidad distorsiona la verdad. Trivializar en lugar de participar no conduce a ningún lado.