Recientemente voces intelectuales señalaron, escandalosamente, que “la palabra del presidente tiene un peso inmenso, es una injusticia, una asimetría, es indigno de la presidencia de Méxicoq ue el presidente con todo el poder que tiene, utilice el púlpito presidencial o la palestra presidencial para insultar, calumniar, difamar o atacar a sus críticos”.
Al respecto, es de nuestro interés analizar la postura y el enfado que encontramos en la frase anterior.
Efectivamente, la palabra del presidente Andrés Manuel tiene un peso inmenso. Y es que si pensamos en una palabra como algo que está en lugar de otra cosa para alguien bajo determinado aspecto o circunstancia, el poder de la palabra de Andrés Manuel es capaz de intervenir en el pensamiento y en las acciones de la sociedad en su conjunto.
Retomando lo anterior, la palabra del presidente está respaldada por sus acciones, por su forma de ser, su forma de relacionarse con el pueblo; la palabra está en lugar de su carrera intachable, de la ausencia de señalamientos de corrupción y del reconocimiento de la austeridad con la que conduce a nuestra patria. Las acciones se imaginan a través de la palabra, y en ese sentido, ella adquiere legitimidad.
Como ejemplo de lo anterior, podemos traer a nuestra mente las masivas manifestaciones en las calles de apoyo y cariño hacia Andrés Manuel desde (por hablar de las más representativas) las movilizaciones contra el desafuero, las marchas contra el fraude cometido por Felipe Calderón para hacerse de la presidencia, y también de las marchas y concentraciones masivas en el Zócalo y en cualquier plaza del país donde se encuentra presente nuestro presidente.
Mientras los personajes políticos de la derecha hacen montajes para aparentar estar cercanos a la ciudadanía, como es el caso del ex candidato presidencial Ricardo Anaya al subirse al transporte colectivo o comer tortillas al lado de un comal, a nuestro presidente se le percibe cercano en verdad al pueblo. Hemos podido ver cómo muchas personas después de estar cerca de su presencia estallan en llanto de felicidad.
La construcción de la imagen a través de narrativas muy poderosas, lo han consolidado como un héroe en el imaginario colectivo y aunado a esa construcción su palabra ganó peso desde hace muchos años.
En ese sentido, compartimos la visión del historiador Enrique Krauze, quien le teme al poder de la palabra del presidente y la encuentra llena de poder. No lo negamos, es más que evidente que su palabra es poderosa.
Es una palabra capaz de motivar la presencia de miles y miles de personas no sólamente en la principal plaza pública de nuestro país, sino en cualquier ciudad, municipio, pueblo y comunidad que visita y convoca a estar cerca de él.
El arma más poderosa de nuestro presidente, no es de corte bélico; el arma más poderosa es entre los grandes dirigentes, la palabra. Una palabra respaldada por acciones siempre encaminadas al bienestar del pueblo y pensando en primer lugar en los pobres; una palabra que no miente.