Como mencionamos en el texto pasado (11/mayo/2020), en México es imperioso comenzar a consolidar redes de solidaridad. Al efecto, existe robusta evidencia empírica en la plataforma “NAVCO” (Nonviolent and Violent Campaigns and Outcomes Dataset) que indica que las campañas no violentas que aglomeran estudiantes, mujeres, sindicatos y asociaciones religiosas, tienen mayor probabilidad de subsistir y lograr sus objetivos.
Primeramente, la educación siempre supone una amenaza a la supervivencia del régimen autoritario. Como ya fue demostrado por Sirianne Dahlum, cuando un movimiento tiene una gran presencia estudiantil la probabilidad para adoptar la disciplina de la no violencia es mayor. Los estudiantes se han situado al frente de numerosas campañas de protesta, ya sea logrando concesiones o bien derrumbando por completo al régimen opresor. Recordemos que los estudiantes tomaron un rol considerable en la campaña Otpor para derrocar a Milosevic en el 2000; en Georgia durante la “Revolución Rosa”, en 2003, y en las protestas en contra de la dictadura de Suharto de Indonesia en 1998.
Segundo, las mujeres pueden capitalizar algunas dinámicas de género en cuanto a la forma de participación e innovación táctica. La falsa noción que considera a las mujeres como apolíticas, débiles y dedicadas a las tareas del hogar ha reforzado escudos de protección y presentado mayores dificultades para emplear el uso de la fuerza por agentes de seguridad. Asimismo, tácticas de “estereotipación” de género pueden satirizar la dinámica desigual de la distribución del poder social. Además, son importantes motivadoras del cambio. El video de Asmaa Mahfouz que instigó a la revolución egipcia, los artículos de Tawakkol Karman en Yemen y la foto icónica de Alaa Salah cantando en contra del régimen de Sudán, son algunos ejemplos.
Tercero, la participación de los sindicatos es especialmente relevante en los regímenes que pretenden monopolizar las relaciones industriales y para derrumbar pilares económicos que den fuerza al gobernante. Los paros generales, huelgas y métodos como “brazos caídos” constituyen graves amenazas a las cadenas de producción y además dotan de estructuras organizativas que pueden contribuir a la resiliencia del movimiento. La campaña de César Chávez por lograr un salario justo para los recolectores de uvas en EUA a través de tácticas agresivas, pero no violentas, dan también muestra de la eficacia que pueden aportar las coaliciones de los sindicatos.
Por último, las asociaciones religiosas en múltiples ocasiones han servido para albergar a disidentes políticos, fungir como centros de entrenamiento de métodos no violentos y para promover la legitimidad moral del movimiento. Ello fue puesto en práctica de manera efectiva durante el movimiento de derechos civiles en EU.
Lo anterior constituye únicamente un esbozo para identificar y delimitar una estrategia de consolidación de redes de solidaridad, mismo que también podría rendir frutos en México.