En uno de los ensayos de Subrayados: Leer hasta que la muerte nos separe (Mardulce, 2014), María Moreno describe una visita al departamento en París de un amigo que gozaba de una biblioteca con colecciones francesas extraordinarias. En un arranque de resentimiento y “antiimperialismo doméstico”, Moreno busca algún libro en castellano y encuentra en una mesita de luz El factor Borges de Alan Pauls; un libro que a pesar de su brevedad llevaba ahí ya varios meses. La autora bromea y supone que la prolongada presencia de ese ejemplar se debe a su función de talismán: su dueño lo atesora y lo mantiene en esa mesa, alejada del resto de su biblioteca, para cuidar su contenido de la lengua “dominante” que habita en los otros anaqueles.
Ahora pienso en mis propios talismanes de buró. Aquellos libros que están constantemente en mi mesita de luz como si se trataran de un collar de ajos, un crucifijo o un medicamento. Libros cuya eficiencia no está forzosamente en su lectura crónica sino en su mera presencia.
Un talismán que me es común es el mamotreto de las obras de Jane Austen, que me sirve como somnífero, arma de asalto, o bien, como recordatorio de que sí hay manifestaciones físicas de la eternidad, y que ésta, más que una promesa, es una amenaza.
Están también los libros oráculo; aquellos que se compran no para leerse de inmediato, sino que se tienen a la mano bajo la sospecha de que en el futuro serán necesarios o incluso urgentes –como si los libros fueran extintores para pirómanos–. Así es como llegó a mi mesa el primer volumen de la Obra de los pasajes de Walter Benjamin. Que si un día no me saca de un apuro, al menos me recordará un momento próspero en mi cuenta bancaria.
En mi biblioteca a escala en el buró suele haber siempre algún buen libro de ensayos. En mi caso, éste es el talismán consagrado a la envidia. Casi todos tenemos uno a la vista: un título cuya presencia motiva y al mismo tiempo enoja porque no lo escribió uno mismo.
Mi buró es también una bitácora y una agenda de lecturas. La presencia de la gran pila de libros que soporta de forma heroica me protege de no aceptar demasiados compromisos nuevos con libros de amigos, reseñas u obsesiones. Su eficacia es dudosa pero en algo ha de ayudar.
Sin embargo, una de mis funciones favoritas es la mesita de noche como altar a la esquizofrenia, una ofrenda sin días conmemorativos que celebra las conversaciones con los muertos a través de un montón de tinta seca.
Los libros como talismanes de buró dejan claro que no hay lector sano ni poco supersticioso.