Columnas
Pocos días faltan para que dé inicio la Copa América en los Estados Unidos. La selección regresará al torneo más importante a nivel continental tras ocho años de ausencia de los equipos de la CONCACAF. Aunque la noticia es positiva, mucho me temo que, por lo menos en el caso mexicano, será un regreso con más pena que gloria. Los encuentros de preparación contra Uruguay y Brasil no tuvieron ninguna utilidad (como no fuera recaudar millones de dolaritos vía taquilla y derechos de transmisión a costa de la noble afición mexicoamericana) y sólo dejaron al desnudo las muchas y graves carencias del llamado “equipo de todos”. Ante Uruguay fue un 0-4 contundente del que poco se puede decir; en cuanto a Brasil, el resultado 2-3 no dice lo que verdaderamente sucedió en la cancha, puesto que los sudamericanos jugaron a medio gas y bastaba con que apretaran un poco para poner a temblar la portería nacional. Fueron sendos asaltos en despoblado que deberían ponernos sobre aviso de lo que sucederá: un nuevo fracaso de la selección nacional.
El grupo B al que México pertenece “está papita”, resulta cómodo para que la selección pueda avanzar a la segunda fase: Jamaica, Venezuela y Ecuador son bastante débiles, especialmente los dos primeros, pero una vez en la siguiente etapa, lo cual no tiene gran mérito, ya no habrá mucho más, hasta ahí llegará el “equipo de todos” que con toda seguridad será eliminado de inmediato.
¿Pero por qué tanto optimismo de mi parte? Creo que más que optimismo es realismo; el nivel de nuestro futbol es bastante pobre, si existieran divisiones como en la Copa Davis de tenis, México estaría bregando en la segunda e incluso en la tercera división (como efectivamente sucede con el tenis nacional). Es un hecho que a las canchas de la Liga MX no suelen llegar los jugadores más talentosos, dado que éstos, al carecer de recursos para financiar su estancia en una “escuela” de futbol, o en fuerzas básicas ven su carrera truncada. Las consecuencias: fracasos constantes, derrotas estrepitosas, goleadas de antología, ridículo y control de daños para justificarlo todo y seguir adelante con el negocio.
Es un patrón que se repite ad nauseam (el latinajo es para aparentar que sé de lo que hablo): al fracaso de turno le sigue la verborrea de directivos, medios de comunicación, expertos y sesudos analistas que buscan al culpable, quien resulta invariablemente el DT. “No supo manejar los cambios”, dicen; “no conoce la idiosincrasia del futbolista mexicano”, en el caso de extranjeros; “jugamos al tú por tú, pero perdonamos”, etcétera y más etcétera. El pobre DT es como el mayordomo de las películas de misterio, siempre es el culpable. Después de la Copa América saldrá el Jimmy Lozano y llegará un nuevo técnico, seguramente uno de renombre internacional y al final, tras el fracaso del mundial será señalado con dedo flamígero como el responsable absoluto. Nunca son los jugadores, la estructura de la MX y menos aún los directivos.