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Desde el momento en que comenzamos a comunicarnos, las palabras se convierten en nuestro puente hacia los demás. Pero para mí, el amor por las palabras va más allá de esa simple función; es una conexión profunda con la esencia misma de lo que somos, e intentamos transmitir a los demás. Cada palabra es un universo en miniatura, cargada de significados, emociones y matices. La elocuencia, (esa habilidad de expresarse con claridad y belleza), es todo un arte. Es un don que no todos poseen, pero que, cuando se manifiesta, deja una huella imborrable en los interlocutores.
Recuerdo un ejercicio colectivo en un taller donde se nos preguntó sobre nuestro don personal. En medio de un grupo diverso, una mujer de más de 60 años, declaró con firmeza: "Mi don es la palabra". Su afirmación resonó en mí, como un eco que me invitaba a reflexionar sobre el poder de esa expresión. La simplicidad de su respuesta me impresionó. No necesitaba adornos ni elaboradas explicaciones; su frase era un testimonio de la fuerza que puede tener una sola declaración bien pronunciada. Esta experiencia me llevó a comprender que el verdadero valor de las palabras no radica en la cantidad, sino en la claridad con la que se utilizan.
Cuidar mis palabras se ha convertido en una prioridad en mi vida. Cada vez que hablo o escribo, me esfuerzo por darle valor a mi voz. Para mí, esto significa no hablar de más, no dejar que mis palabras se pierdan en el aire sin un propósito claro. Cumplir lo que digo es una extensión de ese amor por la palabra; es un compromiso que asumo con la misma seriedad con la que valoro cada término que elijo pata expresarme. La palabra, en su forma más pura, es un vehículo de verdad, y es mi deber no ensuciarla con chismes o habladurías.
Cada palabra que pronuncio o escribo lleva consigo una carga de significado que deseo preservar. Procuro evitar el lenguaje vacío y las frases sin sentido, buscando siempre que lo que comunico tenga un impacto genuino. Este cuidado me permite intentar relaciones más profundas y significativas, donde la confianza florezca y la sinceridad reine. La palabra es un regalo, y es mi responsabilidad manejarla con respeto y consideración.
Flor de Loto: Mi amor por las palabras es un viaje de descubrimiento constante. Es un llamado a la elocuencia, a la nobleza de una expresión sincera y auténtica. La capacidad de comunicar con claridad y precisión es un don que quiero cultivar y compartir. Así, en cada encuentro, en cada conversación, en cada texto que escribo, busco honrar el poder de las palabras, recordando siempre que en su esencia reside el potencial de transformar realidades y conectar corazones.