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Como reza el refrán: “no hay enfermedad que dure cien años” y, efectivamente, en el caso del Partido Revolucionario Institucional (PRI) se ve imposible que alcance a cumplir el siglo de vida: para lograrlo tendría que refundarse, reinventarse, cambiar de colores, de líderes, de domicilio y hasta de militantes. El otrora poderoso instituto político que se adueñó del país y de sus riquezas celebró 90 años con una serie de enfermedades que, si bien no lo han matado, están a punto de hacerlo: su principal cáncer se llama Enrique Peña Nieto, que algunos priistas piden lo extirpen de una vez y para siempre.
Mientras la familia del enfermo analiza si es viable operarlo del peñismo por considerarlo un elemento importante para su rehabilitación, otros exigen a su cuidadora, Claudia Ruiz Massieu, lo erradique con urgencia si es que verdaderamente quieren mantenerlo con vida y repartirse la pobre herencia que aún tiene.
El mal que llegó hace seis años al tricolor “ni ve ni oye” a los herederos que lo juzgan, se pasea sonriente por todos lados, acompañado de bellas mujeres, cenando en costosos restaurantes y confiado en que el berrinche de los familiares incómodos que encabeza Ulises Ruiz no pasará de ahí, de un lamentable arrebato, de un enfado pasajero.
Peña Nieto se ha convertido para el PRI en una enfermedad rara que algunos quieren estudiar más a fondo: el Consejo Político de ese partido es el mejor lugar para colocarlo y de ahí reflexionar sobre los síntomas que provocó en el anciano jefe del clan priista.
Primero fue su nula popularidad, luego la desaparición forzada de los 43 estudiantes de la escuela rural de Ayotzinapa, en Guerrero, su Casa Blanca en las Lomas de Chapultepec, los escándalos y frivolidades de su exesposa, Angélica Rivera, así como los de sus hijos e hijastras. Sofia Castro, la principal, que gastaban a manos llenas el dinero de los mexicanos en exclusivas tiendas de Beverly Hills.
Luego se le ocurrió “el gasolinazo”. Subió el precio del combustible y todos tuvimos que pagar más por el transporte público o por echarle gasolina a nuestros vehículos; se alió con la oposición para crear el Pacto por México; permitió el robo a Petróleos Mexicanos y aplaudió la Estafa Maestra contra los más pobres.
Con todo y la gravedad que presentaba el anciano PRI, el peñismo ahondó en la crisis de inseguridad y violencia dejando miles de muertos por todo el territorio nacional; protegió a los gobernadores corruptos, entregó recursos millonarios a dueños de medios de comunicación y, lo más terrible para la familia del Revolucionario Institucional, fue que pactó su muerte electoral con el enemigo mayor que hoy despacha en Palacio Nacional.
Extirparlo del PRI sería un buen síntoma para la familia priista que, a como dé lugar, quiere mantenerlo respirando artificialmente.