¿Puede una bióloga develar los misterios de un instrumento musical prehispánico?, si hace poco le hubieran preguntado esto a la profesora Solange Sotuyo, del Instituto de Biología de la UNAM, habría respondido “¡no!, eso es cosa de arqueólogos”; sin embargo, los trabajos de la universitaria han servido para esclarecer dos incógnitas que, a lo largo de un siglo, intentaron zanjar expertos del México antiguo, pero con muy poca fortuna: qué tipo de árbol se empleó en la construcción del tlalpanhuéhuetl de Malinalco y en qué zona geográfica fue talado.
Hablamos de un tambor ritual construido a partir de un tronco ahuecado y perteneciente al posclásico tardío, es decir, usado en algún momento entre los años 1200 y 1521 por grupos mexicas del centro. Para determinar el origen de una madera tan envejecida las estrategias tradicionales no ayudaban mucho; se requerían las técnicas más avanzadas de biología molecular y justo eso aplicamos, indica la académica.
Desde hace tiempo Solange Sotuyo se ha dedicado al estudio de las dalbergias, un género de árboles, arbustos y lianas pantropicales cuyas especies son conocidas genéricamente en el país como granadillo o palo de rosa. Como parte de su proyecto —realizado con apoyo de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio)—, la investigadora ha recorrido de San Luis Potosí a la frontera con Guatemala a fin de registrar todas las variedades presentes en territorio nacional.
Esta labor tan exhaustiva le ha permitido integrar no sólo la base de datos más completa que hay sobre dalbergias mexicanas, sino estudiar su ADN y localizar ahí una serie marcadores moleculares capaces de revelar tanto la especie a que pertenecen como el lugar donde germinó cada ejemplar. “Es como si estas plantas nos dijeran su nombre y apellido”.
El proceso para identificarlas —explica— consiste en extraer ácido desoxirribonucleico de una pequeña muestra de madera y luego introducirlo en una máquina PCR, tras una reacción de amplificación. Así, al analizar regiones precisas del núcleo es posible establecer su especie y, al observar un par de zonas de los cloroplastos, saber en dónde creció, todo ello con una certeza superior al 90 por ciento.
Dicha técnica ya es aprovechada en las aduanas para detectar cargamentos de madera talada en zonas protegidas o de variedades en peligro de extinción, pero la profesora Sotuyo admite que nunca pensó que su método resultaría útil para los arqueólogos hasta que, a finales de 2021, fue invitada a colaborar con el Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Sobre cómo se dio este vínculo, la coordinadora nacional de Conservación del Patrimonio Cultural del INAH, María del Carmen Castro, recuerda que todo surgió cuando un experto de la Conabio les platicó sobre el trabajo de la profesora Sotuyo y su potencial en diversas áreas.
En el último siglo se ha especulado mucho sobre si el tlalpanhuéhuetl de Malinalco fue elaborado con madera de ahuehuete, aguacate, encino, fresno, nogal o sabino. “Nos interesa mucho tender puentes hacia otras entidades y, tras escuchar que con biología molecular era posible identificar no sólo el género, sino la especie de un árbol, pensamos que algo así resultaría útil para estudiar dicho instrumento. El siguiente paso fue establecer contacto con la UNAM”, remata Maricarmen Castro.
Por tratarse de un tambor sagrado y herencia de sus antepasados, durante centurias la gente de Malinalco ocultó su tlalpanhuéhuetl en una iglesia del barrio de Santa Mónica, detrás del altar a la Virgen, hasta que a inicios del siglo XX el coronel José Vicente Villada decidió llevárselo a Toluca (al hoy Museo de Antropología e Historia del Estado de México). Desde entonces este tambor ritual guarda silencio en el interior de una vitrina.
Decididos a que este objeto cuente su historia y además que lo haga de voz propia, la profesora Sotuyo e investigadores del INAH y la Conabio viajaron a la capital mexiquense para colectar unas pocas virutas del instrumento —muy finas y del interior, a fin de no provocarle daño—, las cuales fueron trasladadas a Ciudad Universitaria para ser analizadas en uno de los laboratorios de secuenciación del Instituto de Biología.
Los pueblos originarios creían que los tlalpanhuéhuetls eran objetos masculinos, por lo que para promover un cierto equilibrio eran tocados en conjunto con los teponaztlis, instrumentos de percusión femeninos. Un estudio practicado hace no mucho al teponaztli del Museo Nacional de Antropología reveló que éste también fue elaborado con madera de granadillo, aunque como las técnicas usadas entonces no eran tan avanzadas como las de la profesora Sotuyo, fue imposible saber la especie.
Por ello, entre los planes de los investigadores de la UNAM, INAH y Conabio está el estudiar el teponaztli del Museo Nacional de Antropología, aunque hasta el momento nada se ha concretado. Sin embargo, la profesora Sotuyo se dice lista para involucrarse con ese proyecto cuando reciba luz verde. “A partir de la experiencia con el tlalpanhuéhuetl algo me queda claro: los biólogos podemos decir mucho sobre nuestro pasado prehispánico”.
Con información de UNAM Global
Imagen: Especial