El maximato fue aquella famosa página de la historia de México, cuando el denominado “Jefe Máximo” (Plutarco Elías Calles), aprendiendo del costo reeleccionista de su antecesor (Alvaro Obregón), pretendió seguir influyendo en la vida política nacional, a través de la designación de los titulares del ejecutivo.
Emilio Portes Gil; Pascual Ortíz Rubio y Abelardo L. Rodríguez, compondrían a su manera, una tríada que en los hechos acataban las órdenes del “Jefe Máximo”. Es digno resaltar, que el caso del presidente Pascual Ortíz Rubio, sería el más digno, en tanto que pretendió alejar el estado de abyección de la titularidad del ejecutivo, separándose de las garras de aquel que lo terminaría obligando a renunciar en condiciones por demás humillantes. Del escarnio en contra de Ortíz Rubio, daría cuenta el propio General Lázaro Cárdenas, testigo de la degradación presidencial dejada a la voluntad de un tirano, que lo llevaría a poner en un avión a su otrora mentor, y arrojarlo a California, para alejar a aquel que usando los medios del estado ilegítimamente, pretendió perpetuarse a través de peleles que mantenían la farsa de la institucionalidad democrática, cuando lo que se construía, era la más supina dictadura.
El mundo de Calles, tiene por contemporáneo el surgimiento del totalitarismo en Europa. Bien sabida es la admiración al fascismo italiano, y su muy popular recurso de capitalizar el apoyo popular de dos maneras: a través de la cooptación sindical, a través de liderazgos pervertidos mediante prebendas gubernamentales, o la abierta violencia mediante grupos de choque: los camisas negras, compuestas por hordas de fanáticos que a través del amedrentamiento, espantaban cualquier aire crítico a la figura del todopoderoso Duce, del Mussolini que llegara al poder extorsionando al gobierno constitucional, sacando a sus falanges a las calles de Roma, con toda esa violencia que caracteriza a los que se dicen encarnadores de la voluntad del pueblo, y que en su nombre se dedican a destrozar la legalidad imperante, acusándola de injusta, pues ellos, los jefes máximos, al encarnar todo lo que de bueno tiene su honesta y justa causa: el amor del pueblo.
Los totalitarismos del siglo veinte, hablaron en nombre del pueblo y se proclamaron populares, o hasta socialistas (...), y en todos sale el líder de la mano de su pueblo trabajador. El tirano italiano gustaba grabarse recolectando el trigo durante la cosecha, y mostrar cómo él sí comprendía las necesidades de los trabajadores. Puras cosas que hacían suspirar al tirano mexicano, y que al instaurar su hegemonía, dejaba claro que su profundo amor al pueblo, le podía conceder la facultad de saltarse las leyes