Columnas
Hay lugares que por sí mismo son tradición e historia. Sin duda alguna este del que les hablaré es uno de ellos, icónico en su ciudad natal y ahora, con sus sucursales alrededor del país, deleita con su tradición y sabor jarocho a todos los que lo visitamos. Sí, seguramente ya muchos saben que estoy hablando de La Parroquia, el café de Veracruz.
Hablar del café lechero de La Parroquia es hablar de una experiencia que trasciende generaciones. La leyenda cuenta que, en tiempos en que los tranvías recorrían las calles del puerto, el operador de la locomotora hacía sonar la campana del tren frente al café para pedir su café sin bajarse del vagón. Ese sonido se convirtió en símbolo y tradición que hoy se conserva mediante el tintineo de la cuchara contra el vaso, señal para que el mesero sirva la leche caliente desde una altura calculada, logrando una espuma perfecta que impresiona tanto por su técnica como por su sabor.
Más allá del espectáculo, La Parroquia ofrece hospitalidad, buena comida y un ambiente familiar donde la historia se respira. Es uno de esos lugares donde el tiempo parece detenerse, permitiendo que los recuerdos se sirvan junto al café.
En lo personal, el café lechero de La Parroquia es mucho más que una bebida: es un momento de conexión profunda con mi papá. Compartir con él ese café con pan (y si se puede, sopeado) es verlo disfrutar con plenitud de Veracruz, su música y su momento, agradeciendo, en cada sorbo, la dicha de tenerlo conmigo, porque hay sabores que trascienden y se quedan en el corazón, y este es uno de ellos.
Que nunca nos falten los cafés con pan.
¡Buen provecho!
Amante del Buen Comer