Columnas
¿La deliberación pública y la pluralidad política en los sexenios de Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón o Enrique Peña Nieto hubieran sido mejores si Cuauhtémoc Cárdenas, Diego Fernández de Cevallos, Patricia Mercado, Josefina Vázquez Mota o el propio López Obrador hubieran formado parte del Senado de la República? Probablemente.
¿Hubieran contribuido a equilibrar la discusión en el sexenio de López Obrador si Meade y Anaya también hubieran estado presentes? Posiblemente.
¿Habría resultado útil para el país y la Ciudad de México que Jorge Álvarez Máynez y Xóchitl Gálvez encabezaran sus bancadas en el Senado, o que Salomón Chertorivski y Santiago Taboada lo hicieran en las del Congreso de la Ciudad de México? Seguramente.
Nuestro sistema electoral, como mecanismo de repartición del poder público, particularmente en el caso de los titulares de los ejecutivos federal y locales, ha decidido otorgar todo al vencedor y liberarlo de la necesidad de lidiar con quienes fueron sus contendientes por el cargo. Esto ha provocado una sistemática pérdida de liderazgos relevantes. En algunos casos, como los de Cárdenas y López Obrador, con persistencia lograron colocarse después en cargos ejecutivos, pero ello fue a pesar del sistema y no gracias a él.
Existen casos a nivel municipal, como en Jalisco, en los que quien contiende por la alcaldía asegura un lugar en el Cabildo, constituyéndose en un contrapeso importante al poder del alcalde.
Es de elemental sentido común, o debería serlo, que la persona candidata a la Presidencia de la República, a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México o a una gubernatura por un partido, es su máximo liderazgo, y a nadie deberia sorprender aue encabece automáticamente la lista de representación proporcional de su partido. Esto, además de respetar los deseos de los votantes que apoyaron a la persona candidata no ganadora, evitaría la simulación que han llegado a hacer algunos partidos —como en el caso de Quadri— que postulan candidatos sin liderazgo real para posicionar a los líderes en las listas de representación proporcional.
En otros países, como Canadá, con sistemas ciertamente distintos, quien queda en segundo lugar en la contienda por la primera magistratura se convierte en Líder de la Oposición en el Parlamento, cargo que cuenta con estatus jurídico y elementos materiales para ejercerlo. Incluso existe una residencia oficial para el Líder de la Oposición.
En un clima político como el actual, en el que el partido en el gobierno desprecia el diálogo con el resto del espectro político y abusa de su supermayoría (artificial), no tengo duda de que una reforma de esta naturaleza mostraría rápidamente su utilidad.
Ya antes, en 2021, escribí en este mismo espacio sobre el tema, afirmando, respecto a los lideragos desperdiciados, que sería interesante y útil tenerlos “votando ternas, dirigiendo juntas de coordinación política y defendiendo autonomías”. Ahora desde una situación privilegiada y distinta a ese no tan lejano 2021, en los próximos días presentaré este planteamiento a mi partido, Movimiento Ciudadano, por conducto de mi compañero de fórmula, el diputado Juan Zavala Gutiérrez, de quien tengo el privilegio de ser suplente, para buscar que se convierta en una propuesta legislativa que espero sea bien recibida a lo largo y ancho del espectro político pero, sobre todo, que llegue a ser de utilidad a la dinámica democrática del país.