“Deberían haber visto a Dios, y en su lugar habían visto, adoptando los rasgos de su hijo bienamado, a aquel quien la Biblia llama Satán, es decir, el adversario”, Emmanuel Carrèrre.
En la historia de los spree killers o “asesinos relámpago”, pocos podrán igualar el macabro récord de Jean-Claude Romand: ser uxoricida, filicida y parricida. ¿Qué motiva a un ser imputable, es decir, capaz de querer y entender las consecuencias de sus actos, a asesinar a su esposa, hijos y padres? Para este francés que el 9 de enero de 1993, fecha de los crímenes, tenía 39 años de edad, el verse descubierto tras 18 años de simular un rol que nunca desempeñó: ser un exitoso médico al servicio de la Organización Mundial de la Salud.
Timar es deporte de riesgo y una auténtica proeza cuando sostener la farsa implica construir centenares de fachadas que la doten de credibilidad. Jean-Claude Romand llevó a extremos inimaginables el arte de mentir que, en palabras de Mario Vargas Llosa, “es una forma de llenar la insuficiencia de la vida”.
La mentira es inherente a la conducta humana. Existen estudios varios al respecto. Engaño y mentira pertenecen a la misma familia, pero no se frecuentan tan seguido como la mayoría supone. Puede existir engaño sin mentira, pero no mentira sin una dosis de argucia. Todo depende del ángulo que se mire y el rol a jugar: farsante o burlado. Quien por idealización ve en otro lo que no es, indulta al ensalzado de la acusación de mentiroso. Por su parte, el mentiroso serial soporta una carga de cinismo y charlatanería cuyo peso lo convierte en una especie de Atlas sosteniendo un mundo de tretas, pero a diferencia del personaje mitológico, en algún momento será aplastado.
El peso de las mentiras de Romand se asemeja al de ciertos tomadores de decisiones en distintos ámbitos de quehacer público o privado. “Antes muertos u homicidas que descubiertos”, pareciera su consigna. El fatal desenlace tras 18 años de construir bolas de nieve no evitó que asome en el asesino un halo de encanto que fascinó igual a personal del sistema de justicia que a quienes intentaron estudiar su psique, al punto que una de ellas se convirtió en su pareja sentimental mientras se encontraba en prisión. Y es que la mentira, una vez descubierta, no necesariamente lleva al descrédito ante los ojos del timado voluntario.
Historia tal no podía tener desperdicio literario y ha sido recogida en la novela de no ficción El adversario, de Emmanuel Carrèrre. Si bien su trama queda expuesta en los párrafos precedentes, lo es también que sus páginas son un impactante viaje por la sinapsis de la simulación.
Elegir a nuestros “adversarios” en cualquier ámbito de la vida es una prerrogativa. Los falsarios siempre estarán ahí, como hoy Jean-Claude Romand, gozando de una libertad que quizás nunca había experimentado: la de no tener que mentir sobre el monstruo que fue y que, como muchos en distintos ámbitos, seguirá siendo en la intimidad de sus pensamientos.