Por Manelich Castilla
Jorge Guzmán Meyer nació el 15 de noviembre de 1959 en la CDMX. Su nombre, como el de grandes hombres y mujeres en la historia de la seguridad pública, resultará ajeno a muchos. Sin embargo, para quienes lo conocimos, invocar al “Jefe Meyer” es hacerlo de una de las mentes más creativas e inquietas dentro de la función policial.
Su trayectoria abarca pocas instituciones y un solo tema como eje rector, muestra de su enorme constancia. A lo largo de más de 30 años, el CISEN, la Procuraduría General de la República, la Policía Federal Preventiva y la Policía Federal, atestiguaron las aportaciones del comisario Guzmán Meyer.
En la transición a un modelo profesional de la seguridad pública, destacan sus “Constructos para la toma de decisiones”, herramienta que merece replicarse en la función policial de los tres órdenes de gobierno. Su modelo de constructo partía de una base simple pero exigente en su aplicación. En sus propias palabras:
“[El constructo] tiene por objeto proporcionar a niveles ejecutivos, información significativa con características amplias y complejas a través de un sistema visual de representación geométrica, que contenga en un solo golpe de vista y en una sola impresión, toda la información, antecedentes, estatus actual y prospectiva en escenarios estructurados, donde se detalla el origen, condiciones actuales y riesgos así como las recomendaciones para la decisión y acciones posibles y pertinentes a tomar por los encargados de las decisiones del ámbito privado y oficial, no solo en temas de seguridad, sino empresariales, educativos, culturales, etc.”
Así, lo mismo se podía entender el origen de “Los Zetas” a partir de la imagen de algo parecido a una malteada, el fenómeno migratorio en un caracol, o la evidencia de la presencia del crimen organizado en el Distrito Federal, a través de un rehilete. Algunos de estos constructos plasman su convicción de la necesidad de minar las finanzas del crimen organizado. Lo hizo en los 90.
Era fascinante acudir a su oficia para alguna consulta y salir con sendos pliegos de papel. Meses de trabajo fácilmente digeribles en ese mundo geométrico que le apasionaba.
Publicó “Ciencia de Policía” (2013), que expone los principios, filosofía y prospectiva de la profesión y “su responsabilidad histórica con las causas civiles, su desarrollo, prevención y protección de la comunidad como un todo”.
Fundó el Ateneo Mexicano de Ciencia de Policía, espacio de intercambio de conocimientos para el mejor desarrollo de la función policial y lograr la protección efectiva de la comunidad. Fue donde lograría vincular dos de sus grandes pasiones: seguridad y artes marciales.
Acorde con el Protocolo de Actuación de la Policía Federal sobre el Uso de la Fuerza, desarrolló e implementó el arte marcial denominado Tai Ken Bo, pensando en que los uniformados debían prepararse física y mentalmente no solamente para actuar ante situaciones de riesgo con apego a derechos humanos, sino para prevenirlas a partir de conocimiento y empatía con el entorno.
Viajó a Japón a certificarse en el arte SHINOBI. Esperaba transformar las capacidades físicas y mentales de los agentes e iniciarlos en las más altas lides de la inteligencia. Sobre el tema, publicó: “SHINOBI: del antiguo arte marcial japonés NINJUTSU y su aplicación al adiestramiento policial moderno”.
Sabedor de que la visión civil de la seguridad en el ámbito federal no cabe en estos tiempos, se despidió de la Guardia Nacional y preparaba proyectos que iniciaríamos en 2021.
Una “neumonía atípica” le arrebató la vida el pasado 1º de diciembre. Razones de espacio me impiden abundar en su obra y calidad humana, que era igual de vasta.
Se le extrañará mucho. Nos hará falta.