Hace más de 30 años, Gabriel Zaid se mofaba de que una revista de poesía estadounidense tenía más colaboradores que suscriptores. De hecho, sólo se suscribían a quienes les publicaban sus poemas, con esa promesa de por medio. Y a veces ni así.
El INEGI publicó el MOLEC, ejercicio estadístico que muestra datos sobre la condición de lectura de materiales seleccionados de la población de 18 años y más, en áreas urbanas . Algunos de los números interesantes son que 69.6% de la población alfabeta de 18 años y más declaró haber leído alguno de los siguientes materiales: libros, revistas, periódicos, historietas o páginas de Internet, foros o blogs . Además, que, entre la población lectora, lo más leído son los libros, con 41.8%.
Algunas observaciones. Aunque se reitera hasta el lugar común: en algunas encuestas, es muy frecuente que el interrogado mienta. Se acentúa la probabilidad cuando de su respuesta depende (en su cabeza) quedar como una persona valiosa o como un bulto que está robando aire. En otro texto he recordado el experimento que Darrel Huff realizó en la década de los 50 del siglo pasado, donde les preguntó a los hogares norteamericanos sobre sus hábitos de lectura. Todos leían – supuestamente – el New York Times y los suplementos culturales. Luego llegó a las mismas casas a fingir que compraba revistas viejas. Ni un solo ejemplar del New York Times, pero miles de revistas de espectáculos estaban en las casas. Descubrieron el hilo negro: la gente miente.
En este caso, es poco probable que la mayoría de los encuestados acepte que no ha leído un solo libro en años, porque eso es regodearse en la ignorancia y eso sólo lo hacen sectores muy específicos de la izquierda mexicana. Celebramos que haya ejercicios estadísticos que se interesen por la lectura, porque es una actividad inherentemente asociada con la educación. Contra lo que creen algunos sonámbulos del tiktok, hay partes del cerebro que sólo se activan leyendo; ni escuchando ni viendo nada. Así que quitar la lectura de todos los textos (salvo el libro de texto) de los programas educativos y sustituir todas las tareas por maquetas idiotas y dioramas lastimeros, no convertiría a México en Corea del Sur, sino en un enorme set de nickelodeon.
Dicho lo anterior, hay otros elementos que necesariamente saltan a la crítica: de entrada, habría que cruzar los resultados con algunos datos comerciales para tratar de disminuir el sesgo. Por ejemplo, con la venta de libros. Si resulta que la gente lee mucho, pero los libros se quedan en los estantes, pues quién sabe qué libros lean.
Por otra parte, algunas preguntas son confusas. Separar los libros de literatura de los de “cultura general”, me hace preguntarme sobre lo que leen, más bien, los diseñadores de la encuesta. La encuesta cuenta como lectura los recetarios, los blogs y las páginas de internet. Si esas cuentan, entonces debe de contar también la lectura de menús en los restaurantes, las instrucciones para armar muebles de IKEA y los mensajes de WhatsApp, porque “leer es leer”. No es broma.
A otro nivel, faltan análisis serios sobre las consecuencias reales de la lectura en el individuo y en la sociedad. Si resulta que es la clave del desarrollo, entonces Estados Unidos y China deberían ser países de ávidos lectores. Y famosos por eso, no son. Y si cualquier lectura enriquece al individuo, entonces que alguien se aviente a defender la lectura de los libros de Salvador Borrego y Juan Ginés de Sepúlveda. El primero era un orgulloso apologeta del nazismo en México. El segundo fue el teólogo que intentó demostrar, por todos los medios, que los indios de la Nueva España no tenían alma. Y el expresidente mexicano que estaba al tanto de ambos autores, y además devoró libros su vida entera, fue José López Portillo, el peor que el país ha tenido. En fin, aguas ahí.