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Los rituales públicos y la visita presidencial

Los rituales públicos y la visita presidencial

Columnas viernes 10 de julio de 2020 -

Jamás la política es cuestión de plácemes. La necesidad es una amenaza permanente, obligando a una serie de resoluciones muchas veces extraordinarias, que a las miradas conspicuas les resultan incomprensibles. Difícilmente las decisiones públicas quedan delimitadas por las fronteras tajantes de una racionalidad ilustrada. Es más común que impere la inmediatez, y justamente en esas circunstancias es cuando la calidad de la decisión política se patentiza.
Efectivamente las circunstancias políticas, en el marco de la visita de estado del Presidente Andrés Manuel López Obrador, a su homólogo Donald Trump, puede levantar los entrecejos más exigentes, y con mucho de razón. El mandatario vecino, origen de un bombardeo de maneras poco menos que impresentables, desde el inicio de su campaña, puso al pueblo mexicano y a su gobierno en serios aprietos, que nadie olvidará jamás. Los insultos, las calumnias, la ingratitud, la extorsión –en aquellos aciagos días de la caravana migrante, respuesta en buena medida a la posición pública favorable del propio mandatario mexicano-. Seguramente faltarán más menciones, y los reproches serán una constante por un largo rato de debate público, cosa perfectamente adecuada en una sociedad libre.
Lo cierto es que no podemos olvidar la relación de ambos países que trascienden gobiernos. Los vínculos entre ambos países, como dijo en su discurso el Presidente mexicano, son de una hermandad transfronteriza, que hacen de América del Norte una comunidad innegable; que más de treinta millones de mexicanos y méxico-estadounidenses, logran obtener no solamente un sustento dignísimo gracias a su trabajo, y aún enviarlos a sus familias, repartiendo una prosperidad que, para vergüenza nuestra, el país no ha repartido de manera justa. Millones de familias integradas a la sociedad estadounidense, no pueden ser defendidas desde la lejanía –con todo y lo justo que sea el recurso-, cuando la diplomacia exige la presencia física; la cercanía esperanzadora y la dignidad. Por dignidad no me refiero a un principio de corte ilustrado, sino a uno caballeresco, a aquel que se remonta al uso de los símbolos, a la manutención del ritual –todo en política es ritual-, pues precisamente éste contiene los apasionamientos bajo la celosía de las formas. Las muy desagradables formas del Presidente Trump no se manifestaron, quedando limitado por la formalidad.
Imperó el rito, se atemperó la furia. ¿Qué se saca provecho político? Sí, por supuesto, ambos gobernantes sacan provecho. A la sociedad mexicana siempre le será beneficiosa una relación cordial con un poderoso vecino que en cualquier momento reacciona, y al que solamente el poder del ritual diplomático –y claro, las relaciones económicas-, atemperan. En la conferencia conjunta en la Casa Blanca, y en la cena de estado, hubo protocolo, donde frases cínicas, hipócritas y mentiras de ambos lados relucían entre halagos ejecutivos.





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