Columnas
En su magnífica obra “La doctrina invisible: la historia secreta del neoliberalismo (y cómo ha acabado controlando tu vida)”, Monbiot y Hutchinson informan que el término “neoliberal” se acuñó en una conferencia en París en 1938, pero cobró gran auge 6 años después, con la publicación de la obra “Camino de Servidumbre” de Friedrich Hayek.
El precursor argumentaba que los individuos que actuaban en su propio interés eran el único baluarte contra la tiranía y que los ultrarricos eran, según él, heroicos “independientes”, que abrían nuevos caminos, fuera del alcance de gobiernos nefastos.
Estos argumentos tuvieron poco impacto en el consenso de la posguerra, pero inspirarían a Ronald Reagan y Margaret Thatcher. El éxito de las ideas de Hayek se debió en gran medida a la mano invisible, pero no la de las fuerzas del mercado de Adam Smith, sino al control clandestino del dinero negro y la influencia oculta.
Durante las tres décadas siguientes, una "internacional neoliberal" transatlántica de académicos, periodistas y empresarios perfeccionó y promovió la doctrina. Algunas de las empresas y personas más ricas del mundo invirtieron grandes sumas en grupos de presión y “centros de pensamiento” que trabajaron una imagen de ser institutos de investigación imparciales.
El gran salto del neoliberalismo llegó en los setenta. Con la crisis del petróleo y el colapso del keynesianismo, los gobiernos de todo el mundo ansiaban desesperadamente un nuevo modelo económico. En palabras de Milton Friedman, discípulo de Hayek, “cuando llegó el momento, estábamos listos... y pudimos entrar en acción”. Se recortaron los impuestos, se aplastaron los sindicatos, se privatizaron y externalizaron los servicios públicos y se desregularon los mercados.
Los autores alegan, con razón, que la era neoliberal ha traído consigo enormes disparidades. En Estados Unidos, el 1% más rico posee ahora (2024) casi un tercio de la riqueza nacional. Incluso en sus propios términos, el neoliberalismo no ha dado resultados: en los últimos 40 años, el crecimiento ha sido más lento a nivel mundial que durante gran parte del período de posguerra.
Curiosamente, quienes más se aferran a los postulados del neoliberalismo a menudo rechazan la etiqueta, considerándola un término peyorativo y vago utilizado por sus oponentes políticos; pero incluso esta artimaña retórica puede verse como una señal de supremacía ideológica y como la reivindicación definitiva de la astuta caracterización del neoliberalismo por parte del sociólogo Will Davies como “el desencanto de la política por la economía”.
Los autores proponen una "política de pertenencia"; hacen un llamado a la democracia participativa en la era de la crisis climática que debe mucho al reciente libro de Ingrid Robeyns,
“Limitarianismo: El caso contra la riqueza extrema.” Presentan también propuestas más concretas. "La primera, la más urgente e importante" es hacer campaña por una reforma financiera-electoral para evitar que los ricos compren resultados políticos.Le cuento más el martes.
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