Columnas
No hace muchos años… quizás dos, recuerdo haber paseado con unos buenos amigos por el orgulloso Centro Histórico de Ciudad de México, que con independencia de que apenas iniciaba la reactivación post-covid, la limpieza urbana, maravilló a mis buenos colegas franco-germanos que visitaban el lugar por vez primera para un coloquio académico. La limpieza coincidía con la buena disposición del capitalino promedio por respetar el espacio público, así como el dedicado esfuerzo de los miles de trabajadores del sector de limpia, que infatigablemente trabajan día y noche en la Capital de una de las grandes economías del orbe, quizás la más significativa de América, por ese patrimonio que ostenta al comprender el Centro Histórico más grande del continente.
La numeralia capitalina es clara, según el portal de la Secretaría de Turismo de la Ciudad de México, el gasto ejercido por turistas que llegan a hotel, en 2019 fue de 113.113 MDP, para 2023, el acumulado registrado hacia el mes de septiembre fue de 96.882 MDP. La Capital, según datos de la Secretaría de Economía del Gobierno de México, lleva un registro de Inversión Extranjera Directa entre Enero y Junio de US $ 10,225 M. La Urbe representa el mayor foco de inversión de todo el país, y uno de los epicentros turísticos del que se nutre una importante parte del sector de servicios que es el que prima en nuestra Ciudad. Ante semejantes cifras, de suyo, enormes, no puedo sino cuestionar ¿por qué parece que les importa tan poco las condiciones en que la Capital se encuentra? Me explico:
Ingresando por el Monumento a la Revolución, existe un asentamiento de decenas de casas sobre el camellón de la Avenida de la República, sumado a un extenso e irregular núcleo de comerciantes ambulantes en la misma Plaza de la República. Siguiendo por Avenida Juárez, con rumbo al Zócalo capitalino, la totalidad de la acera izquierda se encuentra repleta de comercio irregular, en donde la Plaza de la Solidaridad, símbolo de la peor tragedia sísmica de la Urbe, está repleta de comercio informal, lo mismo en la Alameda, donde el problema bordea hasta el mismo Palacio de las Bellas Artes. Las Plazas públicas de Gante y Santo Domingo, y la parte trasera del Palacio Nacional, se encuentran en un estado deplorable, inauditamente invadido.
Sin orden del comercio y una protección al patrimonio histórico que concentra una Ciudad capaz de captar tantos recursos que se redistribuyen al país completo, respetar el bien que la ciudadanía dió a cuidar, es solo parte de la responsabilidad de un sector gobernante que pareciera ser no sólo ignorante de la situación, sino hasta condescendiente con un problema que debe de encontrarse entre las prioridades de una administración capitalina que hoy se muestra incapaz.