Columnas
Es falso reducir el ambulantaje en el Centro Histórico de la Ciudad de México y en el Paseo de la Reforma, a mero clasismo, pues esa promoción nos conduce al pantano de una “falacia ad hoc”. Esa falacia intenta forzar el argumento artificiosamente, para que las réplicas no cobren efecto, y quizás las reduzcan al absurdo, como cuando se refieren a las denuncias ciudadanas como: clasismo, elitismo, racismo, etc. (…). Resulta que cualquier crítica al problema implica una descalificación moral al que lo lanza, como han hecho con Sergio Sarmiento y su artículo “Iztapalapización”. Presumir que la muchedumbre invasora es expresión legítima de “el pueblo” es absurdo y falso, como si “todo el pueblo capitalino” se redujera a esos vendedores con una historia más sucia que las calles que invaden y destrozan.
Los ambulantes que han robado el espacio público tienen las siguientes gracias:
1. Forman parte de una exclusivísima clientela política que beneficia espléndidamente a sus líderes, pues además de darles jugosas ganancias por su cobro de piso, a algunos de ellos los han catapultado al protagonismo político a través de su presencia en las Cámaras, formando parte de las élites advenedizas de la trasformación. Detrás de la muchedumbre, sigue estando la élite.
2. La presencia de esa masa clientelar, con la instalación de sus puestos ya fijos en nuestros espacios públicos, representa para las arcas nacionales tremendas pérdidas económicas: no pagan a la hacienda pública un solo peso de nada: ni luz, ni agua, ni renta, ni por su mercancía de contrabando, ni por el servicio de limpia (…). Sería ilustrativo que los defensores del despojo, se vayan a patear las montañas de basura con que los ambulantes nos mientan su presencia.
3. No todos son indígenas o “pobres”. Se debería de hacer un censo sobre cuántas de estas personas ya han recibido beneficios públicos para que se ordenen nuestras calles, es decir, que tienen ya lugares propios en plazas comerciales construidas con nuestro dinero -algunos tienen más de uno-.
4. Los abogados del despojo, ni mencionan al comercio formal, ese que sí paga rentas, servicios y empleados, todo eso muy costoso y que, gozando a veces del abandono público, incluso son extorsionados por esos grupos de ambulantes a los que se les debe de quitar la careta de inocentes vendedores, o de pobres indígenas “discriminados por malignos blancos que se indignan con su presencia”. Pura demagogia.
Afortunadamente la Ciudad de México y su pueblo, no se reduce a esos invasores delincuenciales que destruyen el patrimonio y engrandecen a tratantes. Hay gente muy digna que sí cumple con la ley y que merece todo el respeto y apoyo de sus conciudadanos y sus instituciones.