Es difícil hablar de sobre información y desinformación sin caer en el lugar común. Lo malo es que algunas taras y memes son ciertos, como el hecho de que la saturación de datos e interpretaciones sin ningún orden ni arbitraje de calidad, lo que genera son narrativas contradictorias sobre los mismos hechos, o hasta hechos alternos cuya veracidad se decide más por una suma de likes que por una base en la realidad objetiva.
Hoy, se ha dicho con verdad, las noticias que recibe una persona se parecen más a una playlist sugerida por el algoritmo de spotify que a una lista de acontecimientos incontrovertibles, o al menos narrados con pretensiones objetivas. Mientras más le revelamos al teléfono nuestras afinidades, más irá el famoso algoritmo “afinando” las noticias que nos agrada leer y recibir pero, sobre todo, las opiniones que sobre esas cifras o situaciones nos gusta recibir. En pocas palabras, el complejo sistema de recibir sobre todo recomendaciones “inteligentes” en nuestros dispositivos, nos ha situado, involuntariamente, en una posición donde nos enteramos sólo de lo que queremos, y con la interpretación que queremos.
No extraña entonces que el espacio público sea cada vez más polar e irreconciliable; unos viven convencidos de la imbecilidad o maldad irredimible de los otros, y tienen mucha información para probarlo, la suya.
Lo peor es que hasta los editorialistas que tienen pretensiones de objetividad dificultan el proceso de construcción de opiniones razonables. Por ejemplo, ayer un columnista famoso nos comunicó que la inflación en México está altísima (lo que es obvio para los millenials y centennials, aunque menos para los de 35 hacia arriba, que vivimos verdaderas inflaciones descontroladas). Pero podemos decir que está muy alta comparada con los últimos años, y eso sí es irrefutable. Lo simpático viene después, porque compara la inflación de México con los de los grupos en los que nuestro país está por condiciones geográficas o de mero tamaño (que no desarrollo) de su economía.
Y en ese sentido, resulta que México tuvo una inflación de 7.36% anual, y que del grupo de países G20, que son 19 países más la Unión Europea, la nuestra fue la quinta más alta después de las de Argentina (51.2%), Turquía (36.8%), Brasil (10.74%) y Rusia (8.39%). Pero aún hay más, pues de los 38 países que conforman la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), la tasa de México fue las cuarta más alta, después de las de Turquía (36.08%), Polonia (8.6%) y Hungría (7.4%). Cerramos con broche de oro comparando los países de América, y estamos en noveno lugar, después de las de Venezuela (1,198.0%), Surinam (69.5%), Argentina (51.2%), Haití (10.91%), Brasil (10.74%), Jamaica (8.5%), República Dominicana (8.23%) y Uruguay (7.96%).
Pregunta honesta: ¿explica algo este comparativo, ayuda a evaluar las medidas o procesos de reactivación de México o, en términos generales, de alguien? ¿La inflación de Haití es de las 4 más altas de América, pero es de menos de 11% y las que le preceden son de más de 50%, por no hablar del kafkiano caso venezolano de más de 1000 (sí, mil por ciento) anual. ¿Tienen algo que ver la economía de México con la polaca, la de Rusia con la de Inglaterra, la jamaiquina con la brasileña? Si sí, que nos lo explique. Este es uno de tantos casos donde se compara por comparar, sin criterios ni brújula alguna, un comparativismo de babero que sólo da lugar a un montón de tablas dadaístas que seudo científicos oportunistas venden caro a políticos y empresarios crédulos. Pero tiene numeritos, así que debe ser muy útil. Para algo.