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Fraude óseo

Fraude óseo

Columnas martes 30 de octubre de 2018 -

En no pocas ocasiones a nuestros presidentes les ha dado por escribir historia por decreto. En su sexenio, Echeverría dijo que el verdadero consumador de la independencia era Guerrero y no Iturbide; Alemán, por su parte, hizo pasar como verdaderos los restos de los niños héroes. Pero el propio Alemán fue más lejos cuando su gobierno urdió la gran farsa de haber hallado los restos de Cuauhtémoc.

Hay que decirlo con todas sus letras: los restos del último tlatoani azteca no se encuentran en Ixcateopan, Guerrero. No son, nunca lo fueron y nunca lo serán. Hasta 2018, no se sabe dónde descansa y es posible que jamás lo sepamos. Tan fácil que es decirlo sin tapujos, pero tan difícil que resulta aceptarlo, sobre todo para los habitantes de Ixcateopan a quienes el presidente Miguel Alemán en 1949 y luego el presidente Luis Echeverría y el gobernador Rubén Figueroa —el tigre de Huitzuco—, en 1976, les vendieron la idea de que sí lo eran. La manipulación histórica en su máxima expresión.

A principios de 1949 llegó hasta oídos de la maestra y arqueóloga, Eulalia Guzmán (1890-1985) el rumor de que en Ixcateopan, Guerrero, vivía Salvador Rodríguez Juárez, un lugareño que decía ser descendiente de Cuauhtémoc y que conservaba un escrito —que había pasado de generación en generación por su familia— firmado por fray Toribio Benavente Motolinía que señalaba el lugar exacto donde se encontraba la tumba de Cuauhtémoc.

Ni tarda ni perezosa, la maestra organizó su expedición, a la que se sumaron varios periodistas, entre ellos, un muy joven Julio Scherer García, reportero de Excélsior. Una vez en Ixcateopan, Eulalia inició las excavaciones a la viva México —sin seguir los protocolos establecidos, sin los controles arqueológicos, sin llevar un diario de campo que registrara cada paso—. El 26 de septiembre a las 4 de la tarde, debajo del altar del templo de Nuestra Señora de la Asunción encontró restos óseos que de inmediato identificó como los de Cuauhtémoc.

En los días siguientes, los investigadores Silvio Zavala y Eusebio Dávalos viajaron a Ixcateopan para autentificar el descubrimiento, pero concluyeron que no eran los restos de Cuauhtémoc. Dos años más tarde, Manuel Toussaint y Alfonso Caso, confirmaron lo dicho: los restos no correspondían al último emperador azteca.

▶ A pesar de la contundencia de los argumentos en contra, el gobierno de Alemán decretó que sí eran los restos de Cuauhtémoc y háganle como quieran. Eulalia manchó su prestigio, pero nunca se retractó. Por su parte, el gobierno construyó en Ixcateopan el altar a la Patria y la retórica de que ahí estaba el tlatoani, con todo y su fiesta cívica anual.

Años más tarde, en 1976, con la moda nacionalista de nuevo en boga debido a la crisis que asomaba en México, el presidente Echeverría ordenó la creación de una comisión más, la tercera porque “tenemos la convicción cívica y la emoción patriótica de declarar que aquí fueron enterrados los restos de Cuauhtémoc” —dijo en Ixcateopan—; y el gobernador Rubén Figueroa fue aún más contundente cuando recibió a los miembros de la comisión —entre los que se encontraba el arqueólogo Matos Moctezuma—: “…esperamos que hagan pronto su trabajo y digan que aquí está Cuauhtémoc para que puedan regresar a la capital, pero con cabeza…”

A pesar de la presión, la comisión no se arredró y concluyó que todo había sido una farsa; que los documentos “tanto los que dieron origen al hallazgo como los presentados posteriormente” eran apócrifos, y de ningún modo del siglo XVI, sino elaborados después de 1917.

Se dice que entre los restos hallados había huesos de niño. Cierto o no, a la prensa no le importó, lo único que expresó fue que los restos hallados en Ixcateopan sí eran de Cuauhtémoc, pero de cuando era niño.


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