“El que chinga jamás
lo hace con el consentimiento
de la chingada”.
Octavio Paz
El día lunes, en un noticiario de la noche, vi como un señor afuera del edificio de la Suprema Corte de Justicia, un hombre gritaba una serie de expresiones contra la Ministra Presidenta Norma Lucía Piña, que indignaban por la violencia que con ellas se estaban manifestando, “Te pesan las nalgas”, “Que chinguen a su madre, no entienden de otra manera, el pueblo es grosero”, palabras que estaban coronando otras tantas frases que durante dos semanas, señoras y señores, han estado gritando en ese mismo espacio.
“El pueblo es grosero”, así lo afirmó este señor, y de inmediato se me vino a la mente lo que Octavio Paz plasmó en su obra El Laberinto de la Soledad, en donde escribió que “En nuestro lenguaje diario hay un grupo de palabras prohibidas, secretas, sin contenido claro, y a cuya mágica ambigüedad confiamos la expresión de las más brutales o sutiles de nuestras emociones y reacciones. Palabras malditas, que sólo pronunciamos en voz alta cuando no somos dueños de nosotros mismos”.
“Toda la angustiosa tensión que nos habita se expresa en una frase que nos viene a la boca cuando la cólera, la alegría o el entusiasmo nos llevan a exaltar nuestra condición de mexicanos: ¡Viva México, hijos de la Chingada! Verdadero grito de guerra, cargado de una electricidad particular, esta frase es un reto y una afirmación, un disparo, dirigido contra un enemigo imaginario, y una explosión en el aire”, por esto último, nos deja ver como el significado que más predomina en la palabra Chingar es de violencia. “El verbo denota violencia, salir de sí mismo y penetrar por la fuerza en otro. Y también, herir, rasgar, violar cuerpos, almas, objetos, destruir”.
El Premio Nobel de Literatura, observa en su escrito, que cuando brota el grito de guerra por cólera o delirante entusiasmo hierven nuestros sentidos contra el desconocido, a quien deseamos lo peor en forma de alarido, reto u ofensa. Cuchillos que pretenden dañar. Como el mueran los gachupines o el todos "chinguen a su madre".
Eso es lo que estaba haciendo este señor con sus expresiones, violentando a la Ministra Presidenta, y aunque su argumento de que “el pueblo es grosero”, la vida diaria, Paz y Consulta Mitofsky al difundir los resultados del estudio "El mexicano y las groserías", en la que reveló que las groserías son parte del lenguaje diario de los mexicanos, no justifica la violencia verbal en contra de nadie y mucho menos, en este caso particular, hacia una mujer, la primera que preside la Suprema Corte de Justicia.