Una gran puesta en escena, es como podemos denominar al arte de la política. Existe una trama prefabricada con toda la intención de crear un efecto pasional en el auditorio. La puesta es también donde los histriones dan rienda suelta a sus virtudes actorales, tomando de la mano al que se puede convertir en su mayor admirador, o en su más fiero contrincante.
Theatrum Mundi es la denominación barroca a esta puesta, en donde el poder se caracteriza con la intención de acaparar la atención y legitimar una causa que le sea beneficiosa. La realeza tradicionalmente se educaba en estos principios donde la caracterización, el vestuario, la coreografía y el todo como representación, contribuyen al proceso legitimador de su poder, ganando la atención de un sociedad convencida de sus atributos.
El universo cortesano, rico en artificios que además de embellecer su entorno, cultive el estricto sentido de una autoridad completamente instituida para el bien público, como los principios heredados de la filosofía aristotélica, o de los deberes cristianos que asigna un conjunto de responsabilidades a los deberes del gobernante.
El poder de influir en las conciencias, solamente es justificado cuando este se hace anteponiendo el propio bien de la comunidad política. Cuando la Corte pretende ser un factor civilizatorio que haga de seres humanos, arquetipos profundamente vistosos generando imitación entre una sociedad que sin aprender de los tratados filosóficos, adquieren patrones conductuales del comportamiento cortés.
Lo no permitido es el uso de la trama como medio de enajenación de masas, para claramente cautivar a un público que distante de ejercer su ciudadanía, se trastorna y se enajena, sirviendo a un sujeto lucrador de sus carencias, convirtiéndolo en un siervo de sus más groseros caprichos.
El desencanto es el peor acontecimiento para el Theatrum Mundi, pues implica el desvanecimiento de una cuidadosa trama, y quizá, golpeado por lo inaudito de una realidad que aparece como tornado en medio de suntuosos artificios. Cuando se derrumba el telón, el riesgo es el colapso de la creencias y el final de todo un montaje que es devorado por el furor de montones de despechados, como es lo que vemos con el caso Lozoya.
El corrupto y delincuente soplón del exdirector de Pemex, supuestamente arraigado -figura jurídica que parece no habérsele aplicado-, resulta que contradiciendo el montaje gubernamental, se anda paseando entre el glamour de la vida social capitalina, con total desparpajo. El gran teatro de que se representaba una tragedia, que resultó comedia, del castigo justiciero a la corrupción en México, se ha caído.