La violencia homicida en el mundo ha sufrido un descenso dramático en las últimas décadas.
Según el Estudio Mundial Sobre el Homicidio 2019, publicado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, la tasa mundial de homicidios, que se mide con el número de víctimas por cada 100 mil personas, sin incluir los conflictos bélicos, disminuyó de 7.2, en 1992 a 6.1, en 2017.
El mundo se ha ido civilizando y las estructuras políticas y jurídicas mundiales protegen mejor la vida.
En sentido opuesto se ha comportado esa cifra en México en periodo similar. Cerramos el 2019 con una tasa de 27 homicidios por cada 100 mil habitantes.
El crecimieto ha sido sostenido por años con un notable pico en 2009 y un ligero descenso en 2013 que se vio borrado con creces a la larga. Así, la tasa de homicidios en territorio nacional, desde 1990, se ha multipicado por mas de 2.5 veces.
Es de llamar la atención que esta tendencia no se ha visto afectada por fenómenos importantes ocurridos en el periodo señalado, como la alternancia en el poder entre las tres principales fuerzas políticas.
No podemos sino preguntarnos ¿por qué México va en sentido contrario al resto del mundo en el respeto y protección de la vida?
¿Somos por alguna razón antropológica o económica más propensos a matar?
La pobreza como explicación ha sido desmontada por varios estudios que comprueban que en países con mayor pobreza patrimonial, la tasa de homicidios no sólo es menor, sino que en algunos casos va a la baja.
La explicación antropológica, por otro lado, sería desmontada por lo reciente del fenómeno.
Lo que sí coincide, temporal y geográficamente, con la explosión del homicidio como fenómeno, es la intensificación de la visión sobre el problema de las drogas, no como uno de salud, sino como uno criminal y de seguridad. Lo que no ha logrado sino encarecer productos que tienen una demanda poco elástica, aumentando la rentabilidad del fenómeno y fracasando estrepitosamente también en el frente sanitario.
En México mueren asesinados cada año casi el triple de las personas que en el resto del mundo.
Tampoco el componente cultural alimentado por expresiones lamentables como las narcoseries alcanzar a explicar del todo la sangre derramada.
Reconociendo el problema como uno tremendamente complejo y multivariable, en el que simplificar a veces complica, es fundamental ver el elefante en la habitación: el mercado ilegal de drogas en su conjunto y las enormes rentas que esa ilegalidad produce, matando a muchas más personas que las sustancias prohibidas por sí mismas.
Reinagurar la discusión es vital, en sentido literal.
Maestro en Derecho, cuenta con el DEA del Doctorado en Teoría Política, Teoría Democrática y Administración Pública de la Universidad Autónoma de Madrid. Autor de: Mecanismos de Control en la Generación de Inteligencia Civil para la Seguridad Nacional y La Discrepancia Fiscal como Herramienta de Combate a la Corrupción en México, entre otros
@alexperezcorzo