Ante la delincuencia: Unidad (¿o discordancia?) Nacional

El terremoto de 1985 ha sido el peor desastre natural en la historia de México. Decenas de miles de muertos y heridos, destrucción de hogares y empresas, crisis económica, fue el resultado de las violentas sacudidas de aquel mes de septiembre. 32 años después, la conmemoración se tornó reiteración: otro violento sismo enlutó no sólo a la Ciudad de México, sino a otras entidades del país.

En el 85 y en 2017 algo nos distinguió como país: la “Unidad Nacional”. Esa tregua en que las fuerzas políticas, gobierno, sectores organizados y sociedad civil, trabajamos con idénticos objetivos: salvar vidas, recolectar víveres, apoyar a los más necesitados, etc. Algunos le llaman milagro, pero no lo es. Es muestra de que existen momentos en que pensamos en prioridades reales y no en procesos electorales.

En discurso que amerita analizarse con detenimiento, el senador de la República por Yucatán, Jorge Carlos Ramírez Marín, recordó el pasado 16 de septiembre desde la tribuna del recinto parlamentario los principios en que debiera recaer la política interior: unidad nacional, seguridad nacional, ampliación de las libertades ciudadanas y respeto a los derechos humanos. Lamentó que hayamos desaprovechado la gran oportunidad de volver a mostrar nuestra unidad nacional ante un enemigo común como el Covid-19 y que, por el contrario, haya exhibido nuestras fracturas internas.

Nadie pudiera negar que lo dicho por el experimentado senador yucateco es una gran verdad. La ausencia de acuerdos y la extrema polarización que vivimos, nos afecta en todos los ámbitos. La constante confronta entre visiones de país parece llevarnos irremediablemente a un estancamiento, quizás hasta a un retroceso, y no a un estadio superior de fortalecimiento democrático.

Uno de los aspectos más lastimados por la discordancia nacional es el de la seguridad ciudadana. Ningún país es tan fuerte como cuando se trata de enfrentar a un enemigo. Haciendo la analogía de que el Covid-19 es un enemigo común y que no hemos sido capaces de enfrentarlo unidos, particularmente por las discrepancias entre sectores de la sociedad y el funcionario encargado de la estrategia para su combate, deberíamos reflexionar sobre las impicaciones de actuar igual en un tema tan importante como el combate a la criminalidad.

No hay seguridad sin unidad. Si una crisis de salud no logra unificar a la sociedad con sus autoridades, será difícil pensar en que lo haremos ante la amenaza que representa la delincuencia convencional y, con mayor fuerza, la delincuencia organizada. Ninguna estrategia o modelo policial será eficaz si no parte de un esquema que sume y comprometa a la sociedad y sectores productivos, con el esfuerzo gubernamental.

Lo he dicho en momentos distintos y hoy lo reitero: la seguridad ciudadana no puede administrarse con criterios partidistas y electorales. La lucha por un México en paz debe comenzar con la unión de los mexicanos en torno al interés común de imponer condiciones ante el avance de los grupos criminales.

La fractura que ha exhibido el manejo de la pandemia no puede reflejarse en la lucha contra el delito. La unidad nacional, esa que nos legaron los sismos de 1985 y 2017, es un tema que debe colocarse con seriedad en la agenda y los procesos, no solamente en los discursos.

Eliminar de nuestros valores el de la unidad nacional, sería una herida difícil de cerrar. Una herida que, convencido estoy, nadie queremos infligir a nuestro país.