SERGIO GONZÁLEZ
Llegó la hora. El día de ayer, a las 10:49 horas, Joseph R. Biden Jr. se convirtió en el Presidente constitucional número 46 de los Estados Unidos de América, cerrando por fin la larga pesadilla de intolerancia, mentiras y negligencia. Al hacerse del poder ejecutivo federal, el brevísimo mensaje político del nuevo mandatario estuvo cargado de admoniciones y llamados.
Por ejemplo, que los y las norteamericanas tienen ante sí una tarea titánica: mucho que reparar, restaurar, sanar, construir y ganar. O que hay que escuchar la voluntad popular y el llamado de auxilio del planeta mismo, que lucha por sobrevivir; un llamado que no puede ser más desesperado ni más claro.
Del mismo modo, que extremismo, supremacismo blanco y terrorismo doméstico serán confrontados y derrotados aún en su ascenso, y que sólo la unidad nacional permitirá encarar la ira, el resentimiento, el odio, el rechazo del estado de derecho, la violencia, la enfermedad, el desempleo y la desesperanza. Y es que, como dijo Biden con acierto, sin unidad nacional no habrá paz, solo amargura y furia; no habrá progreso, solo extenuante indignación; no habrá nación, solo estado de caos. Lo dijo de manera elocuente, que el futuro del país no depende de él, ni de algunos o algunas, sino de todos y todas.
En una nación desgarrada por la polarización inducida y alimentada por los abanderados del odio, Biden demandó “Terminemos ya esta guerra incivil...” y ofreció presidir para todos y todas, inclusive quienes no votaron por él; les pidió escucharlo con el corazón y que, si de todos modos no los y las convence, pues ni modo, porque eso sucede en democracia con el derecho a disentir.
Para reiterar su convicción católica citó a San Agustín, que hace siglos escribió que un pueblo es una multitud definida por los objetos de su amor en común. “¿Cuáles son esos objetos de nuestro amor común como norteamericanos?” se preguntó el Presidente. Los enlistó con claridad: “Creo que ya lo sabemos: oportunidad, seguridad, libertad, dignidad, respeto, honor y si, la verdad.”
Frente a esta extraordinaria pieza oratoria, creo que hoy, por fin, podemos celebrar que la única bestia en el sistema político norteamericano es la limusina presidencial y no el Presidente, para ventura de la democracia, la ciencia y la integridad pública.
Al final de la ceremonia, Amanda Gorman, estudiante de sociología de Harvard, afrodescendiente, primera ganadora del premio nacional de poesía juvenil del país, de apenas 23 años, pronunció un hermoso poema de su autoría, especial para la ocasión. Me quedo con este verso, lleno presagios y promesas: “Mientras la democracia puede ser periódicamente diferida, nunca podrá ser permanentemente derrotada.” Que así sea, Mr. President. Best of luck.
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