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Bernardo Atxaga: la falsedad de la memoria

Bernardo Atxaga: la falsedad de la memoria

Columnas miércoles 18 de marzo de 2020 -

Todo autor sabe ⎼o debería saber⎼ que escribir memorias no significa levantar el acta notarial de una vida, sino esbozar un mapa de alegrías y descalabros en el que indefectiblemente comparece un personaje: el fantasma de nuestra propia existencia. Un fantasma que, consignando las penas y los gozos que ha enfrentado, está condenado a empujar la oxidada rueda del recuerdo, por decirlo con cierto decoro.
Bernardo Atxaga ⎼el Carlos Fuentes vasco, le llamó alguna vez con gran tino el escritor Armando Oviedo⎼ nos demuestra, en cada libro publicado, que la mirada que uno ejerce sobre su propia vida es siempre equivoca y engañosa.
En cada uno de los capítulos que componen su más reciente novela, Casas y tumbas (Alfaguara, 2020), el autor de la magistral novela-cuento-artefacto Obabakoak reafirma que el recuerdo es parcial caprichoso e infiel.
Quienes hemos indagado en la biografía de este hombre nacido en Asteaus, Guipúzcoa, 1951, nos encontramos en esta novela con tantos pasajes tergiversados por el recuerdo que, a momentos, parece que estamos frente a las memorias de otra persona y no ante las del propio Atxaga.
Pero esto no debe sorprendernos: la memoria ⎼esa ilusión chocarrera que siempre aparece para contarnos una versión modificada de nuestra propia existencia⎼ también suele dictarle a los autores, y con muchísima frecuencia, obras protagonizadas por otros. Y justo por eso, en estas evocaciones, como en las memorias ficticias más elaboradas, el lector podría percibir que el protagonista no es precisamente el escritor vasco, sino de una suerte de suplantador que se parece vagamente al autor.
Pese a que hace poco José Irazu Garmendia ⎼nombre real de Axtaga⎼ declaró que renunciaba a escribir ficción, vemos que no ha conseguido sostener su promesa. Y hay que celebrarlo, porque Casas y tumbas ⎼donde podemos solazarnos leyendo enrevesadas disquisiciones mentales y descripciones costumbristas ⎼ es una obra que contiene altas dosis de fantasía. ¿En qué sentido? Es fácil de explicar: Axtaga sabe muy bien que cualquier vida pasada ⎼por más que la exijamos como nuestra⎼ es apenas una representación que nosotros mismos hacemos. Ya lo había dicho hace mucho tiempo Schopenhauer. Pero eso no quiere decir, por supuesto, que pensemos en contarla como realmente ocurrió.
Como en otras autobiografías literarias, este supuesto libro de memorias está plagado de mentiras, pistas falsas y distorsiones. Y eso no es nada nuevo: cuando los escritores cuentan sus propias vidas suelen acudir a este artificio. Y así cualquier recuerdo, cualquier pasado, siempre es evocado con la imprecisión de una nebulosa.
Pero si Atxaga, como dijo, realmente creyó haber dejado atrás la literatura basada en la fantasía para continuar su ciclo realista ⎼aquel que inició hace mucho tiempo con El hombre en su soledad⎼ se ha equivocado. Por fortuna, porque gracias a eso Casas y tumbas puede inscribirse ⎼bajo el entendido de que cualquier evocación es siempre impresionista y arbitraria⎼ en la mejor tradición de la literatura de ficción.
Esta novela ⎼pese a que sus capítulos siguen una secuencia cronológica que arranca en 1972, retrocede a 1970, sigue en 1985-86 y 2012, y finaliza en 2017⎼ nos introduce en un túnel del tiempo que, como en las viejas fotografías en sepia, se encuentra decorado con un interesantísimo fondo de imprecisión. Y ahí vemos al escritor tanteando el oscuro recinto del pasado para extraer las figuras, los escenarios y las situaciones que nos convida en esta novela.
Ahora bien: lo más fantasioso, atractivo e hilarante de este libro es que Atxaga se presume ante el lector como el personaje principal de esa realidad mixtificada. Y no lo es porque un libro de memorias, digámoslo de una vez por todas, jamás lo es en estricto sentido.
En un libro elaborado a base de recuerdos, el ilusionismo siempre mete la mano para sacar alguna invención del sombrero. Dicho en otras palabras: quien se propone escribir un libro de memorias en ningún momento puede renunciar a elaborar una fantasía, una ilusión: un espejismo.
Otro elemento que resulta muy atractivo es que en esta obra el protagonista ⎼ que puede ser Atxaga, su alter ego u otro heterónimo⎼ jamás se adjudica el papel de sensor, de héroe, de víctima o de testigo ejemplar. No. El protagonista de este libro ⎼o mejor dicho: la voz narrativa que decide contarnos la novela de su vida⎼ es una sombra que intenta engatusarnos con sus memorias noveladas. Casi podríamos decir: una sombra que busca el rastro de su propia sombra.
En esta novela ⎼pródiga en reflexiones, plétora de ironías y retrato vivísimo de una época⎼ Bernardo Atxaga, con la esplendidez de un maestro generoso, también se concede tiempo para hablarnos sobre la vanidad del éxito, los amores mal pagados y la rareza del recuerdo: esa materia fugitiva y desconcertante con la que muchos intentan reconstruir el pasado. Y gracias a estas enseñanzas, al cerrar Casas y tumbas el lector sabrá un poco más sobre la vida. Pero también sabrá algo más sobre la falsedad de la memoria.



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