Columnas
El año pasado, el Consejo Editorial de la Cámara de Diputados reeditó las memorias de Valentín Campa en una espléndida edición diseñada por Jani Galland, secretaria técnica del Consejo, presidido en la actualidad con gran pasión por el diputado Gerardo Fernández Noroña, y pieza clave –Galland– dentro del proceso de reorganización de esta unidad de producción tan importante para la Cámara, y que durante las últimas dos legislaturas ha marcado la diferencia en cuanto a la calidad y sentido intelectual de las obras que se editan, reeditan o coeditan, habiendo creado un formidable catálogo de producciones de extraordinario valor literario, histórico, social, político y cultural, gratuitas en su totalidad,dentro de las que destaca toda la coedición de las obras de Ricardo Flores Magón y el magonismo realizada en coordinación con la Casa de El Hijo del Ahuizote de Diego Flores Magón, las coediciones con ERA como la histórica biografía de Pancho Villa de Friedrich Katz, las obras reunidas de José Revueltas y otras obras espigadas del entrañable catálogo de ERA como el Vámonos con Pancho Villa de Rafael F. Muñoz o El luto humano de Revueltas mismo, además de coediciones con sellos tan importantes como Lumen, Capitán Swing, Libros del Asteroide o Pepitas de calabaza.
Todo esto sin dejar de mencionar, desde luego, las ediciones propias del Consejo como esta de Valentín Campa de la que les hablo, Mi testimonio. Memorias de un comunista mexicano, que sin perjuicio de ser una reedición (recuperación) de un texto original de 1978, editado en su momento por Ediciones de Cultura Popular, ha aparecido en 2022 solamente bajo el sello del Consejo Editorial por la razón de que ya no existe más aquel con el que se imprimió originalmente, haciendo imposible por tanto la coedición actualizada.
Valentín Campa fue una figura central en la historia de la izquierda política definida de México, y su vida tiene la virtualidad de haber recorrido prácticamente entero el siglo XX, pues nació a su alba, en 1904, y murió muy cerca de su ocaso, en 1999.
Dentro de la clasificación que en otros lugares he desarrollado, don Valentín vendría a ser uno de los protagonistas fundamentales de la tercera generación de la izquierda política mexicana, la de la revolución socialista, que va de la creación del Partido Comunista Mexicano en 1919 a la disolución del Partido Mexicano Socialista a fines de la década de los 80 del siglo pasado cuando se fusiona con la corriente democrática del PRI, es decir, con la tendencia nacional-revolucionaria neo-cardenista que vendría a ser entonces la segunda generación de la izquierda, siendo la primera la de la revolución patriótico-liberal, de Morelos a Juárez, que recorre prácticamente todo el siglo XIX. La cuarta generación es la de la revolución nacional democrática de la que López Obrador y Morena son máxima expresión.
Campa Salazar fue un luchador social y político de temple espartano, habiendo vivido de cerca la crudeza de la guerra tal como pudo manifestarse en nuestra revolución, razón por la cual la política no fue nunca, para él, un juego, ni mucho menos un gusto frívolo o burgués, por eso le generaba tanto repudio el pacifismo abstracto y pánfilo, tan común hoy en día, a la hora de analizar los procesos históricos, como cuando afirmaba que ‘en la Revolución mexicana murieron más de un millón de habitantes, lo que hace parecer grotesca hoy la actitud de los fariseos en el poder económico y político cuando condenan indiscriminadamente arguyendo que toda violencia es destructiva y dañina. Ellos son el resultado de esa violenta revolución que destruyó el poder de los latifundistas semifeudales y desató fuerzas productivas que la clase a la que pertenecen capitalizó’ (p. 14).
El libro es ciertamente un testimonio apasionado y lleno de coraje histórico, que no hay que confundir con resentimiento psicológico ni mucho menos. Para lo que está por venir en el país, es sin duda alguna un libro fundamental.