Por José García Sánchez
Cada palabra tiene su personalidad histórica. Unas con más fuerza que otras. La palabra comunismo tiene una vocación convocante, camina con el tiempo sin hacer historia, porque nació como fantasma y como tal se dirige al futuro, como si en el devenir tuviera una rencarnación mística.
El 21 de febrero el Manifiesto del Partido Comunista cumplió 173 años. En ese lapso ha sido visitó el mundo sin residir en ningún país. La invitación original que implica este vocablo, es una cita con el futuro que no llega a concretarse. Una promesa que cabalga en la quimera sin tiempo; sin embargo, su pronunciación cambió de bando. Su voz dejó de ser grito en las calles. Es utilizada por la derecha que espera le sirva de escudo ante el avance de la conciencia.
Una palabra que se sustentaba en la precisión económica ganó ambigüedad con el tiempo. En una especie de mantra que ahora usa la derecha para alejar un peligro que no existe. La palabra comunismo exorciza más que la fe en la política de hoy. Es demonio y santo, dependiendo quién la enarbole.
La división expresada en el Manifiesto que le da carta de identidad a la palabra comunismo, quiere cohesionar a una sociedad quebrantada por el desarrollo del capitalismo, palabra vieja en su deambular incansable en la Tierra. Comenzó como un apodo a la explotación, como insulto a la cotidianeidad laboral que no podía pronunciar su nombre, lo desconocía.
La obra se mantuvo en la historia recorriendo el mundo como una crítica a la explotación. Ahora es ejemplo y amago al liberalismo contemporáneo.
Comunismo es hoy una bandera contemporánea que oscila entre la amenaza y la advertencia para anunciar un precipicio imaginario. Un dogma de fe sin Dios. La usan para espantar, y para ahuyentar el miedo; para llamar a una guillotina sin rebelión. Para derrocar ideas como si fuesen monarcas.
El capitalismo y sus leyes económicas absolutas se desestabilizan con la llegada del comunismo como crítica. Se estremece hasta el desmayo, pero sobrevive, impera, cambia de piel. Es un estado económico agónico y transitorio que impide nacer lo nuevo.
Capitalismo y comunismo, al adquirir carta de ciudadanía se disfrazan de adjetivos en el carnaval de las corrientes de pensamiento para terminar siendo sólo huellas humanas en las cavernas de la política. La primera deja en las ruinas del planeta su paso; la otra, en la imaginación de los hombres su suerte.
Suelen degradarse las palabras cuando se convierten en consignas, sus significados sufren transformaciones que no siempre expresan su definición original. Izquierda y derecha, dejaron de ser parte de la brújula humana para volverse sombra en el tiempo.
El primero orgullo para los tradicionalistas, derrota para los comunistas. Para éstos, una esperanza que la utopía se esfuerza por volver real.