Soy de los que se siente muy motivado por la sacudida que nos vino a dar el confinamiento social ocasionado por la Covid-19. Sentirse obligados a mantener la comunicación, la productividad y el entretenimiento a distancia, nos aventó de sopetón al mundo digital que tanto nos habíamos negado y en el sector educativo el reto ha sido mayor pero muy provechoso.
Hace unos días el ITAM, en colaboración con The Competitive Intelligence Unit (The CIU), nos compartió sus reflexiones sobre la posibilidad de que nuestros dispositivos móviles se conviertan en un salón de clases de bolsillo (Pocket Classroom) poniendo énfasis en usar los videojuegos como herramienta educativa; y aunque muchos ya han elaborado ideas sobre el beneficio de la gamificación en el sistema educativo nacional, pocos habían reparado en el enorme reto que significa la limitada conectividad del país.
Por eso me interesó la propuesta de estos promotores de la Pocket Classroom, en el sentido de instrumentar esquemas de cobro revertido de datos en los cuales los estudiantes recibirían un servicio de internet móvil gratuito.
Según explican los maestrazos del ITAM y de The CIU (¡Hola, Ernesto!) estos esquemas funcionan como números gratuitos para llamadas telefónicas en los que quien recibe la llamada es responsable de pagar la tarifa del servicio; es decir, una especie de servicio 1-800 pero aplicado a datos o navegación móvil y exclusivamente para fines educativos.
Sin embargo, tampoco soy ingenuo y entiendo que esta idea puede desvirtuarse y pregunté quién asumiría el costo o si sería un subsidio. Nos explicaron que pueden firmarse convenios entre firmas tecnológicas y operadores de telecomunicaciones o también puede salir del presupuesto de la autoridad educativa o los gobiernos estatales, y aunque el cobro revertido también podrían asumirlo escuelas y universidades privadas en beneficio de sus propios alumnos con menor nivel de ingresos, sigue faltando ese último eslabón que la industria no ha podido subsanar y que el programa Internet para Todos quiere resolver, la conectividad.
Mancuerna digital
Bien por la firma Casa Mazatlán, de Roberto Arámburo, que se unió con CellPay, de Lucio Arreola, para echar a andar una aplicación donde los más de 100 mil clientes mensuales que visitan las 215 sucursales de la casa de empeño con presencia en México, Guatemala y sur de los Estados Unidos, pueden obtener el dinero de su empeño sin manejar efectivo y hacer compras en cualquier establecimiento o retirar su dinero de cajeros automáticos. Así, con la nueva solución digital y la falta de liquidez que existe debido al paso del coronavirus, se espera que esta casa de empeño, coloque alrededor de 500 mil microcréditos prendarios durante lo que resta de 2020; un año que se caracterizará por una mayor utilización de las operaciones electrónicas.