Sergio González
El martes pasado comentaba el texto clásico de 1998 de Vitto Tanzi, Maestro y Doctor en Economía por la Universidad de Harvard, sobre los efectos cualitativos de la corrupción en la economía. Hoy abordaré de manera muy resumida los resultados macroeconómicos y que, ominosamente, suenan muy actuales. Veamos.
Tanzi, que fue Director de Asuntos Fiscales del FMI entre 1981 y 2000, encontró que la corrupción menguaba la inversión y como consecuencia, la tasa de crecimiento. Asumía que dicha reducción era causada por los altos costos y la incertidumbre creados por la corrupción. En su análisis, la reducción de la tasa de crecimiento era una consecuencia directa de la declinación de la tasa de inversión. En otras palabras, el estudio estaba basado en una función productiva que hace del crecimiento una función de la inversión.
La corrupción, decía en su texto, reducía el gasto en educación y salud porque el gasto en esas dos materias no se prestaba fácilmente a prácticas corruptas por parte de aquellos tomadores de decisiones presupuestales. El flagelo incrementaba el gasto público porque los proyectos respectivos se prestaban fácilmente a la manipulación de los altos funcionarios para obtener dádivas; y distorsionaba también los efectos de la política industrial en la inversión.
Al mismo tiempo, acotaba el gasto en operación y mantenimiento por razones similares a las que reducían el gasto en educación y salud; también encontró que se dañaba la productividad del gasto público y de la infraestructura del país. Por otro lado, que disminuía la recaudación de impuestos, principalmente por el impacto que generaba en la administración fiscal y en aduanas, reduciendo por tanto la habilidad del gobierno para ejercer adecuadamente el gasto público.
Finalmente, que la corrupción ahuyentaba la inversión extrajera directa porque tenía el mismo efecto que un impuesto y en los hechos operaba como tal. Es decir, que mientras menos previsible era el nivel de corrupción (o mayor su variabilidad) mayor era el impacto en este tipo de inversión. Una variabilidad más alta hacía ver a la corrupción como un impuesto impredecible y azaroso. Por lo tanto, equiparó los incrementos en la corrupción y en su imprevisibilidad con aumentos de tasas impositivas a las empresas.
En una extraña alusión a la situación de entonces de nuestro país que hay que desentrañar, el autor cierra citando dos estudios de 1997 de Shang-Jin Wei, execonomista en Jefe del Banco de Desarrollo de Asia y a la fecha profesor de Finanzas y Economía de la Universidad de Columbia, en los que había concluido que elevar el índice de corrupción del nivel de Singapur al nivel de México de ese entonces era equivalente a incrementar 20 puntos porcentuales de impuestos a las empresas. Y eso fue hace 23 años…
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