En distintas elecciones, en particular en tiempos del partido hegemónico, el nombre que más se escribía en el recuadro de la boleta electoral para candidato o candidata no registrado o que no tenía apoyo partidista, era el de Mario Moreno Cantinflas. Quienes revisaban boletas confirmaban la popularidad del comediante.
Más de una vez le ofrecieron candidatura para diputado. Nunca quiso. Fue candidato solo en una de sus películas. Defensor de causas justas y de los menos favorecidos o en pobreza. La gente lo quería para presidente de México.
Antecedente de la predilección del electorado por este tipo de personajes. Por eso, a nadie debe sorprender el crecimiento de la participación de artistas y deportistas en la política, en México y en otros países.
Los partidos suspiran por nominarlos, porque atraen votos. La mayoría llega a ganar. Hay opiniones a favor y en contra. Lo más fácil es criticarlos, prejuzgar y dar por hecho que no están preparados para tareas en el servicio público. La historia demuestra que más de uno sabe de que se trata y lo que debe hacer. Cierto, hay otros que desencantan por su ignorancia e inexperiencia, cometen graves errores. Lo mismo puede suceder y ha sucedido con los que no son artistas ni deportistas.
De nueva cuenta, ante la proximidad de elecciones, los partidos andan en busca de personajes taquilleros. Quizás el nombre más popular que ha surgido es Carlos Villagrán Eslava. El famoso Quico, integrante de la serie televisiva de éxito internacional El Chavo del 8.
Lo primero que hizo el cómico fue pasar de largo ante partidos nacionales, desgastados por el tiempo y sus actos. Prefirió ponerse la camiseta de un partido local para competir por la gubernatura de Querétaro.
Villagrán tendrá que armarse de paciencia y no salir con su “cállate, cállate, que me desesperas”, como lo hacía su personaje en televisión. Mucho menos con la expresión “¡chusma, chusma!” para ahuyentar a detractores, porque lo acusarían de racista. Tampoco gritar “¡Mamáaa!” cuando se sienta desprotegido.
Cierto que no terminó la secundaria, pero tiene la universidad de la vida y su calificación ha sido de 10 en el mundo del espectáculo; de otra manera no se explicaría su fama internacional y la estabilidad de su economía personal y familiar.
Además, no sería el primero en alcanzar puesto de ese nivel con baja escolaridad. La historia recuerda al extinto Alfonso Martínez Domínguez, que no era ni artista ni deportista, como uno de los mejores gobernadores de Nuevo León y, no concluyó ni la primaria. Contaba con sabiduría natural y sobrado sentido común.
También hay que mencionar que ir a la universidad no significa garantía de excelencia en el servicio público. Han fallado hasta quienes se titularon en instituciones académicas de prestigio mundial.
Son casos singulares, no es propósito decir que se debe de optar por candidatos que no han asistido a la escuela o la universidad. La preparación es necesaria. También la experiencia. Ambos valores ayudan a tomar decisiones.
Lo que no se vale es desestimar la inteligencia del aspirante a candidato por el hecho de ser artista o deportista. Si Carlos Villagrán prueba en la campaña que es mucho más que las frases de Quico, va a dar la pelea en Querétaro.
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